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Incentivos fiscales: ¿un motor de desarrollo o un espejismo económico?

Recuerdo cuando mi madre me explicaba que en la vida no todo lo que brilla es oro. Lo aprendí de niño, cuando veía a otros compañeros recibir regalos llamativos mientras nosotros nos enfocábamos en trabajar duro para salir adelante. Con el tiempo entendí que, en economía, pasa algo parecido: muchas veces las soluciones que parecen más atractivas y fáciles terminan costando más de lo que aportan. Algo así ocurre con los incentivos fiscales.

Los gobiernos de todo el mundo, sobre todo en economías emergentes y en desarrollo, han convertido los incentivos fiscales en una especie de “carnada” para atraer inversión. Exenciones del impuesto sobre la renta, créditos fiscales, deducciones especiales... Son herramientas que, en teoría, estimulan el crecimiento económico, generan empleo y fortalecen sectores estratégicos. Pero, ¿realmente funcionan? ¿O son simplemente un espejismo que nos hace creer que estamos ganando cuando en realidad estamos perdiendo?

Un reciente informe de la OCDE (OECD Investment Tax Incentives Database 2024) analiza cómo 70 países han utilizado estos incentivos entre 2022 y 2024. El estudio revela que su uso ha crecido, sobre todo en países de ingresos medios y bajos, y que las exenciones fiscales siguen siendo la herramienta más popular. Sin embargo, también advierte que muchos de estos incentivos no están bien diseñados ni monitoreados, lo que los convierte en un lujo que pocas economías pueden permitirse.

El atractivo de los incentivos fiscales: un dulce difícil de rechazar

Es fácil entender por qué los gobiernos ofrecen incentivos fiscales. En un mundo donde todos compiten por atraer inversión extranjera directa (IED), cualquier ventaja parece necesaria. Si un país vecino ofrece una tasa impositiva más baja, la tentación de igualarlo o superarlo es enorme. Nadie quiere quedarse atrás.

Pero aquí es donde entra la trampa: si todos los países reducen impuestos para atraer inversión, al final terminan debilitando sus propias finanzas públicas sin realmente generar crecimiento. Es como si varios comerciantes en un mercado empezaran a regalar su mercancía con la esperanza de atraer clientes. ¿Qué pasa al final? Todos pierden dinero y ninguno logra diferenciarse realmente.

El informe de la OCDE muestra que, entre 2022 y 2024, el uso de incentivos fiscales ha aumentado en los países analizados. Sin embargo, muchas veces estos incentivos benefician más a las empresas que a las economías locales.

Sostenibilidad y desarrollo: ¿un compromiso real o puro marketing?

Algo interesante del estudio de la OCDE es que más de un tercio de los incentivos fiscales actuales están dirigidos a promover el desarrollo sostenible. En muchos países, hay incentivos específicos para empresas que invierten en energías limpias, capacitación de empleados o creación de empleo.

Esto suena prometedor. Pero la pregunta es: ¿están realmente funcionando?El problema es que muchos de estos incentivos no exigen compromisos claros a las empresas. Algunas simplemente los aprovechan sin modificar realmente su impacto ambiental o social. Si una empresa recibe beneficios fiscales por “generar empleo”, pero esos trabajos son precarios o temporales, ¿realmente está aportando algo al desarrollo sostenible?

Aquí es donde hace falta más supervisión. El estudio muestra que en el 71% de los países analizados, los incentivos fiscales están dispersos en múltiples leyes y regulaciones, lo que dificulta su monitoreo. En otras palabras, es un terreno fértil para la opacidad y los abusos.

El gran problema de las exenciones fiscales

Las exenciones fiscales son el incentivo más utilizado. Según la OCDE, el 91% de las economías estudiadas ofrecen exenciones sobre el impuesto de renta corporativo. Y aquí es donde surgen los problemas más graves.

Primero, están diseñadas de forma demasiado generosa. En la mayoría de los casos, las empresas beneficiarias no pagan impuestos sobre ninguno de sus ingresos, en lugar de solo recibir alivios parciales. En segundo lugar, la mayoría de estas exenciones son temporales (generalmente duran entre 5 y 10 años), lo que incentiva a las empresas a operar solo mientras dura el beneficio, sin comprometerse a largo plazo con la economía local.

El problema más serio es la pérdida de ingresos fiscales. Cada dólar que el gobierno deja de recaudar a través de estas exenciones es un dólar menos para educación, salud e infraestructura. Es un sacrificio que no siempre se traduce en beneficios económicos reales.

Cuando veo esto, no puedo evitar recordar las lecciones de mi madre. A veces, lo que parece un regalo puede convertirse en una trampa. Un país que entrega generosas exenciones fiscales sin condiciones claras está básicamente regalando su futuro.

Cómo evitar caer en la trampa de los incentivos fiscales ineficientes

Si bien los incentivos fiscales pueden ser una herramienta útil, es evidente que necesitan una mejor gestión y diseño. La OCDE sugiere varias estrategias que los países deberían considerar:

  1. Centralizar y transparentar su administración. Unificar los incentivos en una sola legislación facilitaría su monitoreo y reduciría la corrupción.

  2. Priorizar incentivos basados en inversión productiva. En lugar de exenciones generales, sería mejor ofrecer deducciones o créditos fiscales a empresas que realmente inviertan en activos productivos.

  3. Exigir compromisos claros. No basta con otorgar incentivos: las empresas deben demostrar que están generando empleo, invirtiendo en tecnología o reduciendo su impacto ambiental.

  4. Evaluar constantemente su impacto. No se trata solo de otorgar incentivos, sino de medir su efectividad y ajustar la política si es necesario.

  5. Evitar la competencia fiscal destructiva. Los países deberían coordinarse para evitar una “guerra de incentivos” que termine debilitando sus economías.

Conclusión: ¿incentivos fiscales o inversiones inteligentes?

Los incentivos fiscales pueden ser una herramienta poderosa para atraer inversión y fomentar el desarrollo. Pero, como todo en la vida, su efectividad depende de cómo se usen. Si se otorgan de manera indiscriminada y sin una estrategia clara, pueden convertirse en un espejismo: algo que parece beneficioso, pero que en realidad deja más pérdidas que ganancias.

Para que realmente funcionen, los países deben diseñarlos con inteligencia, exigir compromisos a las empresas y asegurarse de que los beneficios sean mayores que los costos. De lo contrario, seguirán siendo lo que mi madre me enseñó a evitar: una oferta que parece demasiado buena para ser verdad.

El autor es Country Managing Partner – EY


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