En mi biblioteca, los libros de Javier Marías están entre los de Salman Rushdie y los de Juan Benet. Le vi un par de veces por Madrid, de lejos, y de cerca sin acercarme, en la Feria del Libro. Le leí con asombro, y me pareció siempre un tipo seguro de lo que decía y de lo que escribía, un chulo en toda regla, cosa que muchos no le perdonaban, y es que, cuando uno está seguro de lo que dice y de lo que escribe, la gente se siente amenazada. A Marías, eso le daba igual.
Su legado, una muy trabajada obra, dieciocho libros entre novelas y cuentos, cientos de artículos y varios ensayos, sobre todo Vidas escritas, una lección de búsqueda literaria, de lectura inteligente y de recreación biográfica, fruto de la prodigiosa antología Cuentos únicos, de autores ingleses desconocidos del género fantástico y de terror. Marías haciendo arte del arte de leer.
Comentó en 2017 que le sorprendía el desparpajo con el que se escriben novelas, “de tal forma que parece que, con saber leer y escribir, cualquiera puede ser novelista”, una chulería, pero no le falta razón, y a lo superficial de tanta obra impresa contraponía su oficio de escritor comprometido con la búsqueda de la belleza, sin cursilerías, con un sabio manejo de los narradores.
Me gusta esta frase suya para recordarlo, de uno de sus bellísimos artículos sobre el fútbol, madridista como era él: “Pero nuestros corazones no serían tan blancos si no mantuviéramos un rasgo de chulería («Madrid es un saber meterse las manos en los bolsillos mejor que nadie», decía el colchonero García Hortelano parafraseando, creo, a Ramón Gómez de la Serna, buen gato… (en cuanto termine el artículo me meteré las manos en los bolsillos como bien sé hacerlo)”.
“No sé si contaros mis sueños…”, así arranca El hombre sentimental. Volveré a leerla, sin chulería, con las manos en los bolsillos, como buen madrileño.
El autor es escritor