Lo primero suyo que leí fue El sueño de la Historia y me pareció, además de un elegante domador de la lengua, un autor hábil, inteligente y riguroso. Desde esa novela, no dejé de leerlo ni para adelante ni para atrás. Persona non grata, vendría después y su iluminadora enseñanza sobre el criterio.
Jorge Edwards ha muerto en Madrid hace unos días. De conversación interesante y mirada siempre atenta sobre la realidad chilena y americana, nos deja una lección viva del arte de la novela, de los peligros del pensamiento único, y, por encima de todo, la bonhomía de una persona gratísima que con su partida deja un vacío irreparable en el corazón de sus amigos que tanto le han celebrado y le celebran. Se ha ido uno de los más importantes escritores de nuestra lengua.
Obras como El museo de cera, La muerte de Montaigne o la entrañable La casa de Dostoievsky (léase con Persona non grata en la retina), son unos pocos títulos de una obra que reverbera —que recuerda y avisa—, que es imprescindible ante la necedad del dogmatismo.
Si El inútil de la familia (humor marca de la casa), nos deja una anécdota que dibuja nuestra condición latinoamericana vista con ojos eurocentristas, en A la distancia…, el texto que abre Persona non grata, nos deja esta lección de libertad de pensamiento: «Aprendí en carne propia que la literatura, el periodismo literario, la edición, la cátedra, los cafés de la ribera izquierda del Sena y de las capitales de América Latina, son verdaderos nidos de censores, de soplones vocacionales, de cabezas cuadradas, que solo saben intercambiar esquemas, ideas recibidas, naipes sobajeados. Esclavos de la consigna, como dijo antaño, con su lucidez habitual, Vicente Huidobro».
Lean a Jorge Edwards, el non grato querido, al escritor que, narrando a Chile, nos ha narrado a todos un poco bastante. La mejor manera de mantenerlo vivo es leerlo, discutirlo y volver a leerlo. ¡Gracias, maestro!
El autor es escritor