La broma que hicieron unos jóvenes del Instituto Fermín Naudeau (para mí fue una broma), donde en un vídeo decían haberse graduado sin aprender algunas asignaturas, ha sido criticada al punto de satanizar a sus protagonistas. Entre el video de los chicos y las críticas que generó, ¿hemos tratado de entender lo que hay implícito? ¿No hay un desajuste, una especie de fricción, entre las subjetividades juveniles y un sistema escolar que no logra encontrar el modo de dialogar e interactuar con ellas?
“La escuela cada vez tiene menos que ver con la vida y más con apariencias de la vida”, me dijo mi amigo David Robinson. David es escritor y docente; se acaba de jubilar. Añade: “los estudiantes no son patriotas porque es la antipatria lo que ven en sus padres y docentes”. Y continúa: “Lo que menos le interesa al sistema educativo panameño es poner la luz de la vida en el alma de la juventud. Le interesa reprimir a la juventud”. Sostiene que “la escuela panameña es una institución que se quedó en el siglo XX y su lema es: porque en mis tiempos...”
La idea de una escuela que reprime es inquietante, porque hace pensar en una sociedad opresora. La juventud, dice Rossana Reguillo Cruz, experta en identidades juveniles, es vista como una categoría de tránsito por las instituciones, incluyendo a la familia, el Estado y la escuela, que es valorada por lo que será o dejará de ser. No obstante, los jóvenes se sitúan en el presente y en una realidad que también los afecta.
La educación fue impactada por la pandemia. A los jóvenes y docentes les tocó también reinventarse, pero en este escenario los estudiantes eran los más vulnerables. Tuvieron que adaptarse al mismo currículo, pero ahora de forma virtual. No fue fácil para ellos, tampoco para los docentes. Luego vino el retorno a las aulas y a un espacio que no los conecta con la vida, como ha dicho David Robinson.
El sistema panameño, basado en un currículo incoherente, se distanció más de los estudiantes durante el cautiverio.De las tensiones sociales surgen nuevas fricciones que no permiten entender las identidades juveniles y empeoran hasta crear brechas inéditas entre los jóvenes y la escuela. Los jóvenes y sus maneras de posicionarse en el mundo, su modo de asumirse como ciudadanos en una sociedad hostil que los reprende constantemente y que los mira como cuerpos consumidores y rebeldes, su reconocimiento de carácter dinámico y discontinuo, intentan expresarse desde la anarquía.
¿Acaso la broma de los estudiantes no tendrá relación con la necesidad de repensar nuestro sistema educativo e insertar lo que James A. Beane ha llamado currículo integrador? Dice Beane en la introducción de su libro Hacia un currículo coherente: “El que dichos planes les parezcan coherentes a los adultos no significa necesariamente que los jóvenes perciban la misma coherencia. Por ello, los jóvenes se enfrentan al desafío de comprender los fines más amplios del currículo, de relacionar con dichos fines experiencias de aprendizaje concretas y, entre tanto, de descubrir las diferentes piezas por sí mismos”.
Recordemos la noción de José Manuel Valenzuela sobre la juventud cuando dice que esta no es un sector social cristalizado y atomizado, sino polisémico y cambiante. Si la realidad actual es compleja y cambiante, y la juventud está edificada desde diversas articulaciones de esa realidad social, ¿acaso no afecta esto a las identidades juveniles que son construcciones sociales y culturales históricamente situadas y significadas? Las juventudes, como construcciones heterogéneas y susceptibles, son las más vulnerables a la dura realidad y eso incluye un sistema de educación obsoleto que los oprime.
No estoy defendiendo lo que hicieron los jóvenes del Naudeau en su graduación. Solo quiero recordar que el horizonte de la escuela secundaria es el más crítico y problemático: los modos de convivencia, el sentido de pertenencia, la adaptación a normas escolares, el escenario escolar, el clima familiar de antivalores, el conflicto con profesores con el lema anclado: “porque en mis tiempos…” O, como dice Beane, cuando un estudiante pregunta: “¿por qué tenemos que hacer esto?” Responde el profesor: “porque saldrá en el examen” o “lo necesitarán el año que viene” o “ya lo descubrirán a lo largo de su vida”. Peor: “porque lo digo yo.”
Cierro este artículo con un mensaje para todos los jóvenes, no solo del Naudeau. El que escribe este artículo se quedó tres veces en el mismo año de secundaria, rayó grafitis en la escuela, fue el peor estudiante en español, hasta ser expulsado. Nada de esto me enorgullece. Pero el destino tenía algo para mí y yo decidí buscarlo. Estoy seguro de que cada uno de ustedes será un profesional en el futuro, pero sobre todo, buenas personas. La felicidad no es una opción, es una decisión.
El autor es escritor