Este asunto de Donald Trump y su infame ataque a la soberanía panameña, debe ser visto también como un llamado de atención, frente a la actitud de soberbia que algunos panameños han tenido respecto a nuestros hermanos países de América Latina, producto de nuestra relación histórica con Estados Unidos de América. Esos panameños muchas veces han actuado con mentalidad colonial subliminal, como si el fantasma de Rudyard Kipling los habitara.
Por nuestro origen histórico de colonia de Estados Unidos que se fue independizando, poco a poco, al ritmo que se fue construyendo la identidad nacional, por el hecho de que en Panamá circula el dólar y porque ciertamente seguimos teniendo lazos cercanos con el pueblo de Estados Unidos de América, esos panameños han confundido las cosas y han desarrollado una actitud de supuesta superioridad, respecto al resto de América Latina, como si fuéramos una especie de país consentido de Estados Unidos de América y que por ello tenemos derecho a mirar a nuestros hermanos por encima del hombro.
Esa actitud muy poco apropiada para una nación independiente ha permeado en muchas ocasiones nuestra política exterior. No todo el tiempo, pero ha existido. Esa conducta equivocada de “amigos especiales” de Estados Unidos les nubló la mirada a tales panameños y los hizo simpatizar con la corriente ultra nacionalista, aislacionista y autoritaria que ha llegado al poder en las tres ramas del gobierno de ese país.
Esos panameños irónicamente tomaron la posición de disfrutar del discurso que ese sector político levantó de forma ofensiva y amenazante contra minorías, inmigrantes y la gente débil dentro de Estados Unidos y contra naciones amigas, fuera de Estados Unidos. Jamás sospecharon del peligro que había contra Panamá, porque, en su inmensa ignorancia, asumían el papel de “iguales” de los nuevos poderosos de la gran potencia occidental.
Crasso error. Este fin de semana el presidente electo de Estados Unidos les ha reventado en la cara el desprecio que siempre ha tenido por nuestra dignidad como nación. Sabemos que no representa la opinión de todo el pueblo de Estados Unidos, pero es la voz oficial y el choque de realidad ha sido cruel.
Ahora resulta que, para enfrentar la situación, esos panameños realizan que no podemos solos. Se han dado cuenta de lo que todos los demás ya sabíamos: que necesitamos de América Latina. Que el refuerzo diplomático de nuestros hermanos latinoamericanos es fundamental en este reto. No pido conflicto entre panameños. Es momento de unidad. Pero esa unidad se construye también desde la humildad y esos panameños harían muy bien en reflexionar y unirse al resto que no vivimos engañados y siempre hemos sabido que somos orgullosamente parte de América Latina.
El autor es abogado.