Con la llegada del nuevo siglo, los panameños tomamos posesión de nuestro añorado Canal, y con él, esperábamos algunos, tendríamos la oportunidad de que los métodos, los procedimientos, en fin, las formas institucionales que distinguían la administración canalera, impactaran en el resto de la Administración Pública.
Allí están para la historia todos aquellos pactos con los que se pretendió construir con entusiasmo y esperanza, un futuro prometedor para Panamá y su gente, gracias a la oportunidad que significaba el manejo del Canal y esa enorme cantidad de tierras e infraestructuras que pasarían a manos panameñas. Fue un momento estelar que, lamentablemente, no se convirtió en la esperada fórmula de desarrollo social e institucional para los panameños.
Obviamente, todos sentimos orgullo de la forma cómo se ha administrado el Canal desde entonces, y cómo los directivos y sus equipos han podido sortear crisis varias, como aquella en que un Ejecutivo depredador pretendió romper las fuertes murallas institucionales que han permitido un manejo eficiente de la vía interoceánica.
Estos días, además, hemos tenido noticia -aunque no es ni novedad ni sorpresa- de los métodos usados por los diputados para asaltar la planilla canalera. En otras palabras, en lugar de que hayamos copiado los procesos de selección de personal canaleros para contar con un funcionariado profesional y técnico, seguimos empujando para lograr tumbar las citadas murallas y convertir al Canal en otro botín del poder.
Hablar de Carrera Administrativa en Panamá es hablar de una utopía. Todo conspira contra la posibilidad de hacerla posible. Para los partidos políticos sería un obstáculo para mantener el sistema clientelar que les da vida. Para no pocos panameños, implicaría no poder utilizar los contactos que sustentan esta sociedad del privilegio. Para muchos otros, es un sistema con el que han podido navegar y sacar provecho. Y así nos va.
Estos días, las evidencias del descalabro de la Administración Pública están por todos lados, al tiempo que el sistema clientelar cocinado a fuego lento está forzando el saco de la planilla estatal a niveles inconcebibles.
Durante la Administración de Martín Torrijos, pensé que habíamos tocado fondo con las tragedias de los envenenamientos y el espantoso caso del autobús incendiado. Pensé que tanto horror provocaría un cambio radical. No sucedió. Y aquí estamos con un sistema de transporte público que ha tenido que eliminar rutas, un país inundado de basura y con un vertedero en la capital a punto de colapsar. Son solo dos ejemplos.
Hace unos días el Dr. Stanley Heckadon relataba en el programa Sal & Pimienta, la historia del traslado del antiguo vertedero de Panamá Viejo -hoy Costa del Este-, al área conocida como Cerro Patacón, proceso que se hizo como consecuencia de una terrible crisis que mantenía la ciudad inundada de basura, mientras el humo provocado por los estallidos de metano del vertedero, estaban afectando la salud de la población más cercana.
Los sucesos ocurridos en 1984 son aleccionadores, porque hablan de una crisis que no fue atendida a tiempo. Justo como nos está sucediendo ahora.
Primero se produjo la protesta de las mujeres que vivían en los alrededores y que formaron el “comité de cierre de Panamá Viejo”, impidiendo la entrada de los camiones de basura al vertedero, lo que finalmente hizo que el Gobierno reaccionara. Seguidamente se encargó al Ministerio de Planificación buscar una salida a la crisis y, afortunadamente para Panamá, le asignaron la tarea al Dr. Heckadon, quien buscó y encontró en la Universidad de Panamá, un experto en manejo de suelos y aguas. Se trataba del Ingeniero Amador Hassell que, junto a sus estudiantes realizó un trabajo extraordinario para identificar las características del sitio elegido.
El lugar -que formaba parte de un área recientemente revertida a Panamá- fue encontrado rápidamente, gracias a los detallados mapas que se hacían en la Zona del Canal. Se trataba además de un área que contaba con caminos, lo que facilitaría los trabajos que se necesitaban. Fue un final feliz.
Casi cuarenta años después aquí estamos, inundados en basura y con un vertedero que es un desastre ambiental y sanitario, y sin una institución técnica a la que acudir.
En la página de la Autoridad de Aseo Urbano y Domiciliario (AAUD) se relata la historia del manejo de la basura en la ciudad de Panamá desde que pasó a manos panameñas en 1953. Resalta la inestabilidad y la crisis, pero en 1984 -justo cuando el Dr. Heckadon y su equipo trabajaban en un nuevo relleno sanitario- se creó la Dirección Metropolitana de Aseo, como entidad autónoma.
“La creación de la DIMA fue un paso adelante en la organización técnica del servicio, desde el barrido de las calles hasta la disposición final…”, relata la citada página, añadiendo que luego se produjo un proceso de traspaso de los rellenos sanitarios a los municipios de Panamá, San Miguelito y Colón, como parte “del incipiente proceso de descentralización”.
El resto es historia conocida: freno a la descentralización y creación de la AAUD. Un desastre institucional más. Uno de tantos.
La autora es presidenta de la Fundación para el Desarrollo de la Libertad Ciudadana