Las biotecnologías emergentes, como la biología sintética, están transformando la economía global a un ritmo acelerado. Este campo multidisciplinario busca aprovechar sistemas vivos para la investigación y el desarrollo de productos, combinando ciencia, tecnología e ingeniería para facilitar el diseño, rediseño y modificación de material genético, organismos vivos y sistemas biológicos.
Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), las innovaciones en este ámbito ya están proporcionando soluciones revolucionarias: desde tratamientos para trastornos genéticos y cáncer hasta nuevas fuentes de proteínas para enfrentar la escasez de alimentos, además de tecnologías para mitigar el cambio climático y promover la biofabricación sostenible. Un análisis de McKinsey estima que estas aplicaciones podrían generar entre 2 y 4 billones de dólares anuales en los próximos 10 a 20 años.
Mientras países como Estados Unidos, Reino Unido y Brasil implementan estrategias nacionales ambiciosas en este campo, la pregunta clave para Panamá es clara: ¿cómo podemos posicionarnos estratégicamente en esta revolución científica para transformar nuestros desafíos en oportunidades?
Nuestro país tiene fortalezas únicas que pocos pueden igualar. Su extraordinaria biodiversidad constituye un activo invaluable para la investigación biotecnológica. El Instituto de Investigaciones Científicas y Servicios de Alta Tecnología (Indicasat-AIP) y el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales han identificado componentes bioactivos únicos que podrían ser la base para nuevos medicamentos y biomateriales.
Estas ventajas naturales nos brindan una posición favorable para desarrollar soluciones biotecnológicas en áreas críticas. En salud humana, nuestra biodiversidad podría generar tratamientos contra enfermedades tropicales como el dengue y el zika. En seguridad alimentaria, podríamos crear cultivos resistentes a sequías e inundaciones. Nuestra bioeconomía circular permitiría transformar residuos agrícolas en biocombustibles, mientras que la biofabricación local posibilitaría la producción de bienes de alto valor con recursos propios, reduciendo la dependencia del exterior.
El informe de la OCDE señala que la transición hacia una bioeconomía requiere una transformación profunda, que incluye infraestructura especializada para investigación y escalamiento, capital humano con habilidades en biología, computación y manufactura, marcos regulatorios adaptados a nuevas tecnologías, ecosistemas de innovación que conecten academia, industria y gobierno, y financiamiento a largo plazo que reconozca los ciclos extensos de desarrollo en biotecnología.
Para aprovechar este momento, Panamá necesita una estrategia clara con acciones concretas:
Mayor inversión en investigación y desarrollo (I+D): Se deben crear consorcios público-privados de I+D, impulsar la formación de empresas emergentes en biotecnología y atraer inversión privada al sector.
Marcos regulatorios adaptados: Es fundamental agilizar, sin comprometer la seguridad, la aprobación de biotecnologías y bioproductos avanzados.
Formación de talento especializado: Se deben actualizar los planes de estudio e impulsar programas de becas en biotecnología. Un paso en esta dirección es el Programa de Doctorado en Biociencias y Biotecnología, desarrollado por la Universidad Tecnológica de Panamá e Indicasat-AIP, con financiamiento de la Secretaría Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (Senacyt).
Redes de colaboración: La conexión entre academia, industria y gobierno facilitaría la transferencia de conocimiento y tecnología.
La experiencia internacional demuestra que la aceptación pública es crucial para el éxito de estas tecnologías. Expertos de la OCDE enfatizan la necesidad de una “gobernanza anticipatoria”, que equilibre la promoción de la innovación con la mitigación de riesgos potenciales. En este sentido, Panamá tiene la oportunidad de construir desde el inicio un modelo inclusivo que involucre a diversos sectores en diálogos bidireccionales. No se trata solo de educar al público, sino de integrar sus perspectivas y preocupaciones en el desarrollo tecnológico.
La bioeconomía avanza rápidamente, y países vecinos como Costa Rica y Colombia ya han puesto en marcha estrategias nacionales para su desarrollo. Panamá no puede quedarse atrás. Con su biodiversidad excepcional, ubicación estratégica y creciente capital humano, tiene los elementos necesarios para convertirse en un centro biotecnológico regional. El momento de actuar es ahora, antes de que esta revolución, como tantas otras en el pasado, nos deje en la estación.
El autor es subdirector de Investigación y Desarrollo de la Secretaría Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (Senacyt).