El 2025 ha comenzado con dos problemas graves para nuestro país. Por un lado, la Caja de Seguro Social (CSS) continúa arrastrando el histórico y crítico tema del programa de Invalidez, Vejez y Muerte (IVM). Por otro lado, surge un nuevo desafío: las ambiciones de un presidente que parece salido de una película de terror de antaño, justo cuando este género empezaba a ponerse de moda.
La CSS parece entrar en una cuarta fase de enfermedad crónica, y ahora se busca un salvavidas para rescatarla de los abusos sistemáticos que ha sufrido a manos de políticos. Estos mismos políticos, que en su momento contribuyeron a su deterioro, hoy aparecen en televisión opinando y ofreciendo soluciones que jamás propusieron cuando tuvieron el poder. Es lamentable que aquellos responsables de su destrucción pretendan mostrarse como redentores.
Lo más triste es que mientras se nos exige sacrificios, algunos sectores gozan de privilegios. El presupuesto del país permanece intacto en cuanto a beneficios y aumentos para ciertos grupos. Si hubiera empatía, se reducirían gastos como los guardaespaldas para exfuncionarios, los viáticos y las representaciones, que deberían cubrirse con sus salarios. La austeridad parece ser solo para el 90% de la población. Mientras tanto, observamos cómo se malgasta el dinero público, como si no existiera ninguna crisis.
A esto se suma la insistencia en reactivar la mina, una operación que generaba millones de dólares, pero al país solo le tocaban migajas. Todo esto sin cumplir con la Constitución, con el respaldo de bufetes panameños que facilitaban estas acciones. Es una ironía dolorosa.
Esperemos que las soluciones no resulten peores que los problemas y que los intereses del país se antepongan a los personales o políticos. La CSS debe garantizar servicios de calidad a los asegurados y mantener una gestión transparente, evitando la influencia de la política. El daño ocasionado es evidente: decisiones erradas, negociados en compras, nombramientos de personas sin las credenciales adecuadas, y otras irregularidades han dejado cicatrices profundas.
En cuanto al panorama internacional, surge un nuevo desafío. La diplomacia y el tratado de neutralidad son nuestra mejor defensa. Mientras China planea construir un canal en Nicaragua, algunas obsesiones parecen cegar a quienes deberían velar por el interés nacional. Incluso vemos gestos absurdos, como la idea de cambiar el nombre del golfo de México, en un intento por avivar un patriotismo mal entendido. Estas amenazas ponen en peligro nuestra economía y estabilidad comercial.
Las declaraciones beligerantes de Trump, llenas de mentiras, parecen sacadas de antiguas películas de samuráis, repletas de adrenalina pero vacías de verdad. En el norte existen inversiones chinas, pero aquí se nos prohíbe pensar siquiera en la posibilidad. Los mismos que insisten en reabrir la mina ahora aseguran que los chinos manejan nuestro canal. A veces, estas narrativas son tan contradictorias que parecen cuentos mal contados.
Como panameño, deseo la tranquilidad que todos anhelamos: un país con una economía sólida, una CSS que brinde los servicios que los asegurados merecen, y pensiones justas para quienes hemos aportado durante años.
El autor es PG en alta gerencia y Mgtr. en salud pública.