Los problemas de la educación pública son graves, hasta el punto de que el Ministerio de Educación, burocratizado y politizado, se ha convertido en una fábrica de pobreza. Requiere cambios radicales urgentes. He sugerido cambios, como por ejemplo que la inversión en educación provenga directamente del cheque de la Autoridad del Canal de Panamá (ACP), producto del 100% de las utilidades del Canal, y que ese cheque vaya directo a una nueva entidad denominada “Autoridad de la Educación Nacional”, cuya junta directiva esté formada por representantes de los profesores, los maestros, los padres de familia, los rectores, los estudiantes, la sociedad civil y un presidente (no partidario) de la autoridad cuya única función sea presidir la junta directiva y asistir al gabinete (igual que el presidente de la ACP). Esta autoridad tendría unidades ejecutoras pequeñas, ágiles y eficientes: 1) currículum, 2) empleo y evaluación de personal, 3) construcción y mantenimiento de escuelas, y 4) modernización de la educación y exámenes de eficacia.
Esto constituiría una transformación real y radical de nuestra educación.
Sin embargo, hay otra idea complementaria que podría ejecutarse de inmediato: designar una escuela pública experimental en cada provincia, preferiblemente con un máximo de 300 estudiantes, a las que se les asignen los mejores maestros, los padres de familia más activos y participativos, un director meritorio y una escuela en buenas condiciones físicas. Se les asignaría un presupuesto autónomo de operación y mantenimiento anual. A estas escuelas se les daría autoridad total para establecer su currículum, su propio método de evaluación, su propio plan de mantenimiento, sus propias actividades, etcétera, todo obligatoriamente con un auditor externo.
Cada clase conformaría equipos de trabajo. La limpieza y la condición física de estas escuelas serían responsabilidad de los estudiantes, alentando así un sentido de propiedad, protección y orgullo.
Podría eliminarse “la nota” como objetivo. La escuela sería para aprender permanentemente en toda actividad, con resultados “satisfactorios” o no.
El objetivo de todo estudiante sería la universidad y luego ganarse una beca de especialización en una de las mejores universidades del mundo. Que la educación se conecte con la vida real. Que las clases de cívica y cultura del poder ciudadano sean prioritarias. Que cada estudiante tenga un maestro mentor que se reúna con él unos minutos cada día y que este llegue a conocer a su familia, su situación económica y social. Que las clases se alejen de la memorización y se conviertan en exploraciones, con sentido creativo y crítico. Que se exploren preguntas: “¿Qué es la justicia?” “¿Qué es la ética?” Que todos aprendan a pensar y a aprender… y que todos los maestros se reúnan semanalmente para debatir y procurar el perfeccionamiento de su experimento.
Al cabo de dos períodos escolares anuales, saldrá de esas reuniones la “escuela modelo”, práctica, moderna y eficaz para ser aplicada en todo el sistema educativo, un modelo ya no teórico sino basado en nuestra realidad, y producto del ideal y la práctica de maestros, padres y estudiantes… en un ambiente de descubrimiento práctico, alejados de todo vicio burocrático y de politización.
El autor es presidente fundador del diario La Prensa.
