La extinción de PAIS, lecciones aprendidas



El 4 de junio, el Tribunal Electoral confirmó que el Partido Alternativa Independiente Social (PAIS) no había alcanzado el umbral requerido del 2% de los votos válidos para conservar su inscripción como partido político. Esto constituye el segundo intento fallido de un partido evangélico en Panamá.

Un partido evangélico ha sido descrito por la literatura académica como integrado y liderado por evangélicos que buscan llegar al gobierno de sus países bajo un mandato religioso. En varias ocasiones, los portavoces de PAIS han negado que su organización fuera un partido religioso. Sin embargo, una cantidad importante de su junta directiva tiene cargos ministeriales en iglesias, su presidente declaró en medios de comunicación que el partido estaba “fundamentado en la Biblia”, la inscripción del partido fue celebrada en las escalinatas del Tribunal Electoral con un shofar, un instrumento musical de tradición judía que también usan ciertas comunidades neopentecostales y, más recientemente, el partido postuló numerosos pastores y pastoras a cargos electorales. Podemos así definir a PAIS, según la tipología propuesta por Luca Ozzano, como un partido conservador de inspiración religiosa.

En las elecciones de 1994, otro partido, Misión de Unidad Nacional (MUN), conformado por miembros de las Asambleas de Dios, intentó representar los intereses de la comunidad evangélica. Aprovechando las transiciones a la democracia y su promesa de apertura política e integración de nuevos actores a la representación política, se conformaron partidos evangélicos en muchos países de América Latina en los años 1980 y 1990. Algunos ejemplos de estos fueron el Movimiento Cristiano Independiente en Argentina, el Partido de Justicia Nacional en Nicaragua y la Alianza Nacional Cristiana en Costa Rica. Sin embargo, vale la pena subrayar que, con raras excepciones, estos partidos no fueron muy exitosos, logrando apenas la elección de algunos congresistas, permaneciendo así las comunidades evangélicas muy subrepresentadas en la política latinoamericana. En muchos casos, estas organizaciones desaparecieron por escasez de votos, como fue el caso de MUN en 1994.

Después de negociaciones sin éxito con el Partido Panameñista, MUN finalmente conformó una alianza con Solidaridad, postulando a David Guerra como candidato a vicepresidente de Samuel Lewis Galindo. En una época en la que la feligresía evangélica en Panamá representaba aproximadamente el 7% de la población, MUN apenas obtuvo 9,304 votos (0.9% de los votos válidos). Algo similar ha sucedido con PAIS: a pesar de que la comunidad evangélica ha crecido enormemente, cuadruplicando su peso demográfico, apenas obtuvieron poco más de 2,000 votos.

Los hechos descritos confirman varios hallazgos anteriormente expuestos por la academia para otros países latinoamericanos. El primero es que no existe un voto evangélico homogéneo. Es decir, la comunidad evangélica no vota de forma uniforme. Aunque tienen creencias y prácticas religiosas comunes, ello no significa necesariamente que conforman un bloque político ni que siguen instrucciones políticas del pastorado, como se asume frecuentemente. En estudios anteriores, he podido mostrar que los evangélicos panameños votan exactamente igual que el resto de la ciudadanía panameña, al menos en lo que a elecciones presidenciales se refiere.

El segundo elemento es que los y las evangélicas padecen un déficit de representación crónico. Para periodos anteriores, mostré que la proporción de evangélicos presentes en la Asamblea Nacional panameña era bastante inferior a su proporción en la población. Esto va de la mano con el hecho de que la población evangélica a menudo reúne otras características que resultan en una marginalización en el campo político: es una población feminizada, joven y con escaso acceso a bienes y servicios.

El tercer elemento de estas elecciones que confirma lo que la ciencia política ha podido establecer sobre los lazos entre religión y política en América Latina es que las personas evangélicas suelen tener más posibilidad de acceder a la representación política a través de partidos políticos “tradicionales” o no religiosos. En esta elección, el ejemplo probablemente más evidente es el de Ernesto Cedeño, que ha hecho públicas sus convicciones espirituales y que fue electo a través de un partido que no lleva esta identidad religiosa como bandera.

El cuarto y último elemento es un aprendizaje que nos viene del país vecino. Bibiana Ortega, una politóloga colombiana que ha estudiado los partidos evangélicos del continente, nos enseña que los partidos evangélicos que logran ser duraderos y obtener una representación política continua a lo largo de varios periodos políticos son los que diversifican sus plataformas políticas. Es el caso del partido MIRA (Movimiento Independiente de Renovación Absoluta) en el país andino, que es el partido evangélico más longevo del continente desde el año 2000 y que logra algunos escaños en cada elección. Se ha caracterizado por extender sus propuestas políticas en temas y ámbitos no directamente vinculados con los temas valóricos o religiosos, como por ejemplo en el de discapacidad o empujando las reformas de paridad y las leyes de no discriminación.

La autora es investigadora del CIEPS


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