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La insurrección de los náufragos

Los resultados electorales y la difícil situación socioeconómica no dejan duda alguna de que el país exige cambios de fondo y de rumbo político. Sin embargo, son los grandes perdedores de las recientes elecciones, sin votos, sin discurso y sin prestigio, los que buscan torcer la voluntad popular. Esto hay que pararlo.

En el último año, escribí cuatro artículos que bauticé “Desde el Titanic” y que, en buena medida, vaticinaron a dónde iba a desembocar este gobierno autista y corrupto. El primero de ellos, “Insurrección en el Titanic”, señalaba cómo los políticos “se peleaban las sillas en el comedor del buque” mientras el país, como el Titanic, capitaneado por el mecenas de la corrupción, temeroso e incompetente, iba a toda máquina hacia un porrazo fatal contra el enorme témpano de problemas ignorados.

Y, en efecto, el 5 de mayo nos dimos el porrazo contra el témpano, con efectos devastadores para el gobierno y sus adláteres. La ciudadanía les pasó la factura completa por su incompetencia y su cobardía. La política tradicional ha quedado relegada a retazos, por aquí y por allá.

El encontronazo también ha traído, en tiempo real, la inminencia de los problemas nacionales como la posible quiebra de la Caja del Seguro Social y el abultado malgasto público y, de allí, el masivo endeudamiento, donde hay poca flexibilidad para mitigarlo a corto plazo.

Como la tragedia del Titanic, hay muertos y desaparecidos en un mar frío y oscuro. Y, a diferencia de la película, la tragedia no la salva un puñado de idealistas que ven venir el bloque de problemas y que, casi de la nada, se yerguen como una nueva fuerza política ávida de reflotar el barco y mejorar las cosas. Estos serán los protagonistas de una arena política donde la fuerza y la influencia de los gamonales quedó hecha añicos por la sabiduría y astucia del panameño de a pie, que cada 5 años nos da lecciones de dignidad.

Pero, desafortunadamente, a pesar del porrazo, todavía flotan alrededor del témpano una buena cantidad de náufragos, aquellos que se peleaban el puesto en el comedor para ver quién chupaba más de la plantilla paralela. Ahí están, unos electos y otros no, mojados y muertos de frío, pero tratando a toda costa de subirse a los barcos salvavidas, y usando para ello todas las argucias de su arsenal politiquero. Este “sálvese quien pueda”, si lo dejamos correr libremente, puede echar para atrás los grandes logros del voto popular y, con ello, la posibilidad de que, ahora, después de 15 años, podamos cambiar el torcido rumbo político.

Las pretensiones de los náufragos son poder, con la ayuda de un Tribunal Electoral históricamente zigzagueante, pero al final del lado del partido grande, modificar la composición de la Asamblea y devolverle al “establishment” partidista fuerza para retener el penoso status quo que tanto daño ha hecho a la democracia y la justicia. Y si no de una forma permanente, lograr congelar las impugnaciones hasta que ya no puedan y, con ello, proporcionarles un “interregno” parlamentario a los náufragos, para “acomodarse”. Con todo respeto, les advierto al Tribunal y a los náufragos: ¡No insistan en sus torcidas aspiraciones!

Primero que todo, por una vez en la vida, “náufragos y náufragas”, lean la magnitud y el sentido del voto popular. A pesar de los miles de millones que malversaron del dinero público y de la posición de privilegio que les ha conferido la ley electoral, ¡el pueblo los echó! No solo les negó el voto, sino que el sabio soberano ungió a una nueva generación de políticos. Y no han sido solo los diputados de Vamos y Moca. En los mismos rancios partidos, al menos la mitad de los que sobrevivieron el degüello electoral son diputados jóvenes de nuevo cuño. Así que intentar forzar una situación que el votante ya superó no les va a devolver la hegemonía que otrora tuvieron. ¡Recojan y a cuidar nietos!

Segundo y más importante, el país está jodido, bien jodido. Los años de malos gobiernos, corrupción y despilfarro requieren ahora un manejo recto y estricto. Un manejo casi milagroso, diría. El país necesita gobernabilidad y estabilidad. Náufragos, que todo lo que quieren son prebendas, botellas y exoneraciones, poco le sirven al país. Es tiempo de reflotar la nación, de llevar al dique seco la estructura financiera del Estado, de ponerle salvavidas nuevos a la red social. Y, allí, no caben las prebendas pequeñas y los chantajes de recámara.

Que quede claro: no estoy escribiéndole a los náufragos. A ellos, les hago una petición respetuosa. Me estoy escribiendo a mí mismo y a mis compatriotas de todas las clases, que hicieron posible este milagroso voto. Ahora tenemos que defender el resultado de las elecciones. Sería muy triste que dejemos que este cambio nos lo arrebaten los que ya tiramos por la borda.

El autor es banquero.


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