El debate sobre las pensiones de la Caja del Seguro Social (CSS) es político antes que técnico. Su futuro, primero que una cifra, depende de contestar una pregunta que se distancia del número y nos sitúa en el terreno de la humanidad: ¿Cómo queremos vivir el día de mañana? No sucede al revés. No se inicia discutiendo la forma de pagar, sino qué necesitamos pagar. ¿Una vida? ¿Una vejez? ¿Una vejez próspera?
Por décadas, los panameños apoyamos una jubilación que atendía las necesidades fundamentales de vida. Existe un consenso social en que toda persona que haya sacrificado su tiempo de vida trabajando debe tener garantizado un ingreso adecuado hasta el último de sus días. Actualmente, en el debate por el futuro de la CSS existen dos alternativas: un sistema solidario —nos apoyamos entre todos— o uno de cuentas individuales —cada quien se hace cargo de su propio devenir.
Empecemos por las cuentas individuales. Estas no garantizan una jubilación. Proveen un ahorro y un rendimiento mínimo. La experiencia en países como El Salvador, Chile, Polonia o Kazajstán es que retribuyen el 20-30% de tu salario. Sin embargo, este sistema crea un próspero negocio para quienes cobran las comisiones por administrar los fondos, aún si pierden los ahorros especulando.
El sistema solidario, por su parte, puede ofrecer una pensión como derecho. Este modelo depende de las contribuciones de las generaciones que trabajan en el presente y que contribuyen a las jubilaciones de las generaciones que trabajaron en el pasado. No es una proporción de tus ahorros como individuo, es un pacto de solidaridad entre padres e hijos, abuelas y descendientes, que transforma una porción de la riqueza producida con el trabajo colectivo de la sociedad en un ingreso individual garantizado en la vejez. Hoy día te jubilas con el 60% de tus mejores salarios —lo que es insuficiente, pero es superior a las cuentas individuales.
Lo sensato sería mejorar las pensiones, no empeorarlas. Sin embargo, el gobierno y los gremios empresariales se inclinan por su deterioro. En este inicio del debate solo desean discutir rentabilidad: reducir costos —es decir, las pensiones— e incrementar sus ganancias potenciales. Por ello, sus voceros dicen que la solidaridad es imposible, que solo un sistema de cuentas individuales es viable.
Es un argumento deshonesto. Primero, porque se apoya en la crisis reciente de la institución provocada por la ley 51 del 2005 —que le quitó los cotizantes al sistema— para argüir que es financieramente insostenible. No discute la evasión empresarial de cuotas, ni la precarización de la fuerza de trabajo tras las reformas al código de trabajo en 1995 —que profundizó la informalidad e imposibilitó cotizar a gran parte de los asalariados, particularmente a los jóvenes. Tampoco se dirige a la proliferación de zonas económicas especiales con miles de asalariados que no cotizan. Hay que hablar de historia, porque ahí están las causas y también la responsabilidad de quienes hoy dicen estar preocupados por la institución, pero han sido históricamente cómplices del desfalco.
Segundo. Sí es posible construir un sistema solidario moderno que sea financiera, institucional y técnicamente viable para el próximo siglo. Solo fusionando el subsistema mixto de cuentas individuales con el solidario de beneficio definido tendríamos sostenibilidad en las pensiones hasta el 2038, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Con ese tiempo ganado, podríamos —partiendo de la realidad panameña y una planificación estratégica a futuro— fijar el origen de los recursos financieros según la capacidad contributiva de trabajadores, empresas y Estado, diseñar una arquitectura institucional con una gestión eficaz y eficiente, estableciendo los criterios paramétricos adecuados, en cuanto a monto de jubilaciones y ajustes periódicos, edad de jubilación, densidad y cantidad de cuotas.
Los panameños no merecemos envejecer siendo más pobres. Diseñemos un sistema de pensiones ejemplar, solidario, gestionado de manera equitativa, sostenible, transparente, eficaz y de gran utilidad, que permita que nuestros últimos años de vida sean prósperos. Hagámoslo realidad sin imposiciones, con la participación de todos.
El autor es ex candidato a la vicepresidencia de la República, profesor y economista político.