Uno de los defectos más grandes de la literatura panameña, es que nadie lee a nadie. Algunos no lo hacen por envidia o ignorancia, otros porque creen en las roscas y las manos tuerce destinos, o están convencidos de que hay un complot general contra ellos. Sea como sea, lo peor que le puede pasar a cualquier literatura nacional, es que no se lea a sí misma.
¿Hemos leído bien a Ramón H. Jurado? ¿A Changmarín o a Raúl Leis? ¿Estamos leyendo bien a Neco Endara, Enrique Jaramillo Levi, a Osvaldo Reyes? ¿Conocemos la obra de Salvador Medina, Porfirio Salazar o Javier Alvarado? ¿Alguien está leyendo a Justo Arroyo, Alfredo Cantón, a Giovanna Benedetti? ¿Y a Rosa María Britton o a Griselda López? ¿Estamos leyendo bien a Carlos Wynter, Edilberto González Trejos o a Cheri Lewis? ¿A Manuel Orestes Nieto, Pedro Altamiranda o Rubén Blades? ¿Quién está leyendo a Carlos Fong, Luis Pulido Ritter o a Juan Gómez?
Muchos de los que publican, están más atentos al oropel de la difusión y a la lista de superventas de sus autopublicaciones que a su formación en el oficio y en el espíritu del escritor. Panamá sigue teniendo un problema serio de lectura, y se nota en los que pretenden escribir y publican.
Quedan muchos escritores fuera de la lista de arriba y que merecen ser leídos. Mientras sigamos con la malamaña de no leernos entre nosotros, nada vamos a poder hacer por la llamada “literatura panameña”, que han reducido a negocio con las escuelas un par de vendedores de humo literario en combinación con muchos profesores que no leen.
Leernos da dos cosas: perspectiva de la tradición de la que venimos y contemporaneidad y visión de conjunto. Vernos hacer es hacernos crecer, es formar alianzas aunque tomemos caminos estéticos distintos. Publicar no crea escritores, solo llena la Biblioteca Nacional y la de las escuelas de sueños, y eso no es literatura: es ego impreso en papel y encuadernado.
El autor es escritor.