Panamá es un país contradictorio. Suele contradecirse en los discursos, en las conductas, incluso en sus rituales, pero cuando se trata de los derechos de su población infantil y adolescente, el relato es más contradictorio. El informe “Niños, niñas y adolescentes en Panamá: Panorama 2024″ de UNICEF nos ofrece una mirada triste de la realidad infantil y juvenil en nuestro país. Pero también permite, en medio de tantas contradicciones, conocer los desafíos y ver las oportunidades que enfrentan los niños y jóvenes. En este artículo sintetizo los principales hitos del informe y propongo ideas que, desde la educación y la cultura, sirvan como herramientas transversales.
El informe nos resalta que somos un país diverso con una significativa población de niños y niñas afrodescendientes (26%) e indígenas (23%). Además, más de 28,000 niños y niñas viven con alguna discapacidad en un país con sectores que aún no son inclusivos. Por otro lado, estos grupos enfrentan determinados desafíos que afectan su desarrollo y bienestar.
La pobreza es una de las brechas que más afecta a los niños panameños. El 34% de ellos, según el informe, viven en pobreza multidimensional, lo que significa que carecen de acceso a servicios básicos como educación, salud y vivienda adecuada. Esto coloca a Panamá como el tercer país más desigual de América Latina, lo que exacerba las condiciones de vulnerabilidad de la niñez.
Dos sectores que preocupan sobremanera son la salud y la nutrición. Uno de cada seis niños y niñas menores de 5 años sufre desnutrición crónica, una condición que es 2.5 veces más alta en las comarcas indígenas. Además, otro estudio de Unicef indica que solo uno de cada cinco bebés menores de 6 meses recibe lactancia materna exclusiva, lo que afecta su desarrollo temprano.
La educación es otro reto significativo para los panameños. Unos 120,000 niños, niñas y adolescentes entre 4 y 20 años están fuera del sistema educativo. Además, cuatro de cada cinco estudiantes de 15 años no alcanzan la competencia mínima en matemáticas, y tres de cada cinco no alcanzan la competencia mínima en lectura. Estos indicadores, sin lugar a dudas, son aún más alarmantes en las comarcas indígenas.
La nube negra de la violencia parece persistir contra los niños. Dos de cada cinco niños y niñas reciben disciplina violenta en sus hogares, y tres de cada diez sufren castigo físico. No olvidemos que existen otras formas de maltrato, como la violencia sexual contra los niños; también los casos de secuestros que han aumentado entre niños y adolescentes. Incluso la naturaleza, que está pasando factura a los adultos, castiga a miles de niños inocentes.
La movilidad humana es otro desafío para las autoridades. Entre 2021 y 2023, 183,142 niños transitaron por el Darién, muchos de ellos menores de 5 años, no estaban acompañados de sus familias.
El análisis del informe revela que los desafíos que enfrentan los niños en Panamá son multifacéticos y están interrelacionados, por lo que urge medidas interdisciplinarias para ayudar. La pobreza, la desigualdad, la falta de acceso a servicios básicos, la violencia y la movilidad humana son factores que afectan negativamente el desarrollo y el bienestar de la niñez.
Para abordar estos retos, es crucial implementar estrategias integrales que consideren las dimensiones sociales, económicas y culturales del problema. Desde la educación y la cultura, proponemos las siguientes acciones.
Implementar programas educativos que sean inclusivos y accesibles para todos los niños, independientemente de su origen étnico, condición socioeconómica o discapacidad. Esto incluye la capacitación de docentes en metodologías inclusivas y la provisión de recursos educativos adecuados.
Es preciso fomentar campañas de educación que apoyen la lactancia materna exclusiva durante los primeros seis meses de vida. Esto puede incluir programas de apoyo a madres lactantes y la creación de espacios amigables para la lactancia en lugares públicos y de trabajo, y en este marco insertar programas de acercamiento a la lectura desde la primera infancia.
Tenemos que desarrollar programas de educación y sensibilización sobre la violencia contra los niños, tanto en el ámbito familiar como escolar. Esto puede incluir la implementación de políticas de disciplina positiva y la creación de espacios seguros para que los niños puedan denunciar casos de violencia.
Implementar programas de apoyo a niños en situación de movilidad humana, incluyendo la provisión de servicios básicos como educación, salud y protección. Esto puede incluir la creación de centros de acogida y la implementación de programas de integración social y cultural. Insertar protocolos de emergencia cultural para promover la resiliencia en situaciones de crisis.
No podemos hablar de cultura de la paz y de derechos si no contamos con programas educativos y culturales que fomenten los valores más nobles del ser humano. Los ODS se han convertido en un discurso contradictorio, porque la implementación de programas de educación para la paz en las escuelas y la promoción de acciones culturales que fomenten la cohesión social, son casi nulas.
El informe de Unicef plantea la necesidad de implementar estrategias integrales y sostenibles para mejorar el bienestar y el desarrollo de los niños. Desde la educación y la cultura, se pueden aportar ideas y acciones concretas que contribuyan a crear un entorno más justo y equitativo para los niños y jóvenes. No quiero ser el aguafiestas en diciembre, pero tengo que insistir en que no somos un país donde los niños son primero porque les regalamos un juguete o un desfile navideño; este informe lo comprueba.
El autor es escritor

