La ola de calor y sus consecuencias—entre ellas, altas temperaturas, sequías y fuegos—genera titulares por doquier. En Hawái, un incendio forestal en la isla de Maui ya es considerado el más mortífero en Estados Unidos, al menos en un siglo. Cuando escribo estas líneas, el número de muertos se aproxima a 100 y el de desaparecidos, a mil 300 (The New York Times, 10 y 15 de agosto).
El calor extremo ha flagelado este verano varias partes de Estados Unidos y Europa. En sitios históricos y turísticos, como Sicilia (Italia) y las islas de Rodas y Corfú (Grecia), el verano ha sido fogoso (The Washington Post, 28 de julio).
Cada vez ocurren más eventos relacionados al clima, asevera The Washington Post (11 de agosto), entre ellos—”incendios forestales, torrenciales inundaciones, peligrosas olas de calor y poderosas tormentas”. El “infierno de calor” que calcina a muchas regiones del mundo, incluyendo partes de China y México, es imposible de explicar sin tomar en cuenta el cambio climático, afirma CNN (25 de julio).
Las altas temperaturas no solo afligen al hemisferio norte. “Aunque estamos en invierno”, observa La Tercera (2 de agosto), “Chile también vive su pequeño infierno. Gran parte del país está viviendo una inusual ola de calor invernal”.
En Río de Janeiro, donde estuve la semana pasada, las temperaturas correspondían más a las de un verano moderado o a una primavera. “El invierno está desapareciendo”, tituló The Guardian (3 de agosto), en tanto que reportaba altas temperaturas sin precedentes en Buenos Aires, partes de Paraguay y Bolivia.
No solo en tierra firme se experimentan los efectos del calor. La temperatura de los océanos también ha subido de manera alarmante.
La escritora y nadadora de larga distancia, Diana Nyad, alude con pesar al calentamiento marítimo en la costa de Florida donde, a fines de julio, el registro térmico rebasó los 100°F (38°C). Anota que “el 40% de los océanos del mundo ya son víctimas del trauma causado por el cambio climático” (The New York Times, 14 de agosto).
El calentamiento marítimo, por cierto, no solo impacta las actividades turísticas y recreativas. Ocasiona mortandad en algunas especies, como los corales y la proliferación de otras, como las medusas (aguamalas).
Menoscaba la seguridad alimentaria: de acuerdo con “Food from the Oceans”, publicación de la Unión Europea (2017), el 15% de las proteínas consumidas en el mundo proviene de los mares, los cuales no solo se están calentando, sino, además, volviendo más ácidos.
Los impactos a la salud son evidentes. Con océanos más calientes llega un aumento en los eventos de contaminación” relacionados con los productos del mar: “hepatitis, norovirus, etc.” (BBC, 15 de agosto).
Ya se ha mencionado ampliamente que julio de 2023 “fue el mes más caluroso desde que se tienen mediciones a nivel mundial”, estadística confirmada por la agencia espacial estadounidense, NASA. Las altas temperaturas están aquí para quedarse: según la misma organización, “2024 será un año todavía más cálido que este 2023.” En cierta medida, el aumento puede atribuirse al “fenómeno meteorológico de El Niño”, cuyo “mayor impacto” ocurrirá en 2024 (La Prensa, 14 de agosto).
El calentamiento global ha repercutido en Panamá, donde hemos padecido calores sofocantes y falta de precipitación. Las lluvias han sido esporádicas (no regulares) e intensas, producto, a su vez, de sucesos extremos, como la onda tropical que nos visitó hace unos días. En gran medida, la intensificación de incidentes de gran precipitación es, también, resultado del calentamiento global.
La ola de calor nos ha traído mucho más que incomodidades. La escasez de lluvias ha causado una baja en el nivel de las aguas del canal, “en descenso desde junio … cuando el fenómeno de El Niño comenzó a impactar”, explica France 24 (13 de agosto).
Según Financial Times (14 de agosto): “Una grave sequía en Panamá está provocando retrasos inusualmente largos y duras restricciones a lo largo de una de las rutas comerciales más importantes del mundo, lo que ilustra el reto que el cambio climático plantea al comercio mundial.” El perjuicio ocasionado al canal es la noticia que trasciende al extranjero, pero está lejos de ser el único golpe.
En las áreas urbanas, las temperaturas más altas generan mayor consumo de electricidad (que pagamos a precios abusivos). En las zonas rurales, la escasez de agua causa estragos a la agricultura y la ganadería. A mayor sequía y calor, mayor riesgo de incendios forestales y menor producción de agua para consumo humano en todo el país.
Todo esto ya lo sabemos. La pregunta es, ¿qué vamos a hacer para enfrentar y mitigar los impactos de una crisis ambiental de proporciones globales? Lo más urgente es poner un alto a las actividades depredadoras que durante siglos han devastado el ambiente natural en Panamá. Le toca al gobierno intervenir prioritariamente, sin vacilación, incompetencia o amiguismos.
Hay que detener la deforestación y los denominados “incendios de masa vegetal”, en su inmensa mayoría causados por irresponsabilidad humana o abierta criminalidad. Entre 2012 y 2022, el Ministerio del Ambiente registró 16 mil 100 fuegos rurales, los cuales consumieron, aproximadamente, 230 mil hectáreas de terreno (TVN, 30 de diciembre de 2022).
Particularmente terribles fueron los incendios en Darién, en 2016: carbonizaron alrededor de 10 mil hectáreas (La Prensa, 24 de abril de 2016). Un conocido ambientalista me comentó que la actual crisis climática podría producir daños similares o peores en esa provincia y otros lados.
Tan solo el pasado abril, un fuego arrasó más de 100 hectáreas de bosque en La Yeguada, Veraguas (La Prensa, 7 de abril). Vendrán más, si no frenamos la nefasta tendencia incendiaria y si no comenzamos a reforestar masivamente, muy en particular, las cuencas de los ríos, con especies nativas. De lo contrario, el calor seguirá aumentando y el agua, escaseando.
El autor es politólogo e historiador, director de la Maestría en Asuntos Internacionales en Florida State University, Panamá y presidente de la Sociedad Bolivariana de Panamá.
