La opción diplomática panameña



La fórmula de la premisa que debe dar base al diseño de la estrategia de relaciones internacionales o estrategia diplomática de Panamá es breve y concreta: esta es una nación pequeña y frágil, situada sobre un istmo de alto valor estratégico que ha suscitado el interés ( y el apetito) de varias grandes potencias. La historia así lo ha demostrado durante no menos de 500 años. Como país chico, no tenemos la fortaleza económica ni militar para defender por estos medios nuestra integridad y soberanía nacionales. Por lo tanto, tenemos que asegurarlos de otros modos.

Una premisa similar se da en muy pocos Estados, uno de ellos Singapur, que por décadas la asumió consecuentemente, como base de toda su política exterior. Allá o aquí, una mirada simple dirá que esa integridad y soberanía dependerán del debido respeto al derecho internacional. Pero cuando el valor estratégico de un bien muy valioso —como lo es la posición geográfica— despierta el apetito de grandes potencias o vecinos más grandes, es ilusorio pensar que ese derecho se hará respetar por medios apenas morales [NC1] y jurídicos.

La defensa del derecho internacional, y de la toma y aplicación de mejores decisiones de los organismos internacionales responsables de velar por ellas, solo se obtiene al involucrar significativas alianzas de países pequeños y medianos. La propia experiencia panameña lo ha reiterado. Cuando tras el 9 de enero el corajudo presidente Roberto F. Chiari rompió relaciones con Estados Unidos, o durante la etapa culminante de la negociación de los Tratados del Canal en los años 70, nuestro país salió airoso de grandes riesgos gracias a suscitar notables respuestas de solidaridad internacional, de muy plurales orígenes.

De haber actuado en soledad, nunca lo hubiésemos logrado. Sin embargo, en ambos casos, primero nos vimos alcanzados por esa contingencia y después de suscitada fue posible construir ese apoyo, gracias a la bondad intrínseca de la causa panameña. De lo que se deduce lo más obvio: una nación chica —y más si posee un bien o potencial estratégico— no debe andar por ahí solita, en un mundo tan inestable como el que habitamos. El esfuerzo diplomático de un país chico es el de una incansable lucha no verse aislado.

Somos parte natural de ciertos conglomerados regionales o internacionales de distintos géneros, como el SICA, la OEA y la ONU. Pero esas son colectividades ya dadas para cualquier país del área, no agrupaciones o alianzas que nosotros mismos hayamos construido o manejado con base nuestras prioridades específicas. Al respecto, vale reconocer que, una vez sucedido el motivo de controversia, hemos hecho buen uso de la OEA y la ONU, mientras que del SICA poco se puede esperar en materia de consensos de solidaridad.

Pero Panamá tiene décadas de negligente atraso en su gestión para ingresar como miembro pleno de la Comunidad Andina (CAN), con lo cual podremos ser también parte tanto de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) como del Mercosur. La demora con la que el pasado gobierno manejó el tema, nos dejó apenas como país asociado a la CAN, lo que suma poca cosa. El actual gobierno estuvo acertado en acoger la invitación del presidente Lula y tener una primera aproximación al Mercosur, pero su aprovechamiento pleno solo se obtendrá adquiriendo membresía plena en la CAN.

¿Por qué Lula invita a Panamá? Porque nuestra localización geográfica es estratégica para Brasil (como también para el Mercosur): es su puente al Pacífico y a Norteamérica. En términos geopolíticos eso tiene un alto valor potencial, en el que es preciso invertir para que surta efectos. ¿Qué falta hacer para ser titulares en la Comunidad Andina, y acceder a la Unión Sudamericana? Tener acuerdos de libre comercio con sus demás miembros (ya lo tenemos con Perú), objetivo que negociando con el bloque es mucho más factible y expedito que haciéndolo con cada país por separado.

En términos político-diplomáticos, en un mundo en zozobra, pesa y mueve más ser una nación andina y sudamericana, que ser envuelto en controversias como un país centroamericano. A la vez, Panamá desperdicia el valor de su larga relación con los pueblos del Caribe, hacia donde en el pasado gobierno solo dio unos pasos tardíos. Si bien en su mayoría son naciones pequeñas, los países del Caricom forman un conjunto políticamente compacto que se hace escuchar con fuerza y suma más de 15 Estados Miembros y 5 Asociados lo que le permite contar con una fuerte bancada en la OEA y la ONU.

Esa premisa básica ha de ser el pie de toque no solo de nuestra política exterior, sino asimismo de la selección y capacitación de todo el personal que ella involucre. Hacemos diplomacia para ganar prestigio y construir amistades consecuentes, asociaciones y alianzas.

Nuestra historia y relaciones sudamericanas y caribeñas nos legaron una herencia en la que igualmente continuamos siendo omisos en invertir. En lugar de atenernos a lo principal, el gobierno anda inmiscuyéndose en la política interna de países vecinos —¿para hacerle el favorcito a quiénes?—, en desmedro de una parte de los apoyos regionales que en la próxima coyuntura, ante las apetencias de Trump, tanta falta nos van a hacer. Que en vez de administrar lo ya existente, ascendamos a practicar una diplomacia constructora de consensos y apoyos.

El autor es escritor y diplomático


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