La economía no es una ciencia exacta, porque tiene que ver con el comportamiento humano, donde prevalecen los intangibles que varían entre individuos, trabajadores, empresarios, gobernantes y hasta entre países, quienes a través de sus actuaciones y decisiones son capaces de generar o destruir valor, productividad, competitividad y, consecuentemente, crecimiento y desarrollo. Por su parte, las revoluciones, como procesos radicales de transformación, en las economías normalmente inician con un gran movimiento o necesidad.
La primera que se dio fue la agrícola, motivada por la explosión demográfica, seguida por una primera revolución industrial y ya hoy en día se habla de la cuarta revolución, la del conocimiento y la tecnología. Todas buscando generar cambios profundos que promuevan progreso, bienestar y desarrollo socioeconómico.
Esta última revolución, pudiéramos bautizarla como la de los intangibles y está creando disrupciones importantes que pueden abrir aún más las brechas entre países desarrollados y emergentes, si estos últimos no se incorporan a estas tendencias.
McKinsey ha determinado la existencia de una correlación positiva entre mayores niveles de inversión en activos intangibles y mayores niveles de productividad y crecimiento económico, tanto en empresas, como países.
Los activos físicos, tierras, plantas industriales, inventarios y equipos generan valor a través de su capacidad intrínseca de producir bienes o servicios, pero es la gestión de intangibles la que puede potenciar dicha creación de valor y generar diferenciación frente a sus pares.
A nivel micro se puede inferir el potencial de generación de valor de los intangibles a través de la diferencia del valor de una empresa como un todo en sus libros o estados financieros y su valor de capitalización o de mercado, representado por el valor total de sus acciones. La empresa Microsoft, por ejemplo, al 31 de marzo de 2024, mantenía activos totales por $484 billones y un patrimonio contable de $253 billones, mientas que sus inversionistas la valoraban en la Bolsa de Valores de New York en $3,000 billones. Esa diferencia tan importante pudiera atribuirse al valor que le dan los inversionistas a sus intangibles, como: capacidad de innovación y mejoramiento continuo, investigación y desarrollo de nuevos productos, servicios y experiencias de clientes, desarrollo de capacidades y retención del talento, valores corporativos, cultura empresarial, efectividad en la gestión de procesos, confianza y reputación, sostenibilidad y responsabilidad corporativa y muchas otras que usualmente las empresas de alto desempeño gerencian a diario para potenciar su rentabilidad y seguir creciendo.
En el caso de los países, su producto interno bruto (PIB) se estima agregando al consumo privado el gasto público, la inversión privada y pública y las exportaciones netas, y esta estimación normalmente se realiza sumando activos tangibles únicamente. El valor de los activos intangibles de un país incrementaría el PIB publicado dé cada país. En España, por ejemplo, la Fundación Cotec ha estimado que el impacto de la economía intangible pudiera incrementar el PIB del país en un 3.5% y en Estados Unidos y Reino Unido, el peso superaría con creces al de los tangibles, pudiendo inclusive llegar a dos dígitos.
Pero lo más importante es que son precisamente esos intangibles los que complementan las ventajas comparativas de los países e inciden en la toma de decisión de nuevas inversiones nacionales y extranjeras, y potencian las ventajas competitivas que dicho país ofrece, a través del fortalecimiento del capital humano, estabilidad macroeconómica, fortalecimiento institucional, reducción del riesgo país, desigualdad, paz social, sistema regulatorio y estadístico, capacidades tecnológicas, de investigación y desarrollo, entre otras. Las economías más desarrolladas son más intensivas en intangibles que las que están en vías de desarrollo, ampliándose consecuentemente la brecha y generación de valor económico/social.
La cuarta revolución industrial, según Klaus Schwab, fundador y presidente del World Economic Forum (WEF), se caracteriza por la fusión entre tecnologías y su interacción con el dominio físico, digital y biológico, creando nuevas disrupciones, desarrollando nuevas tecnologías e invirtiendo más en conocimientos y desarrollo de habilidades (conocido como la economía del conocimiento), y con la aparición de la nanotecnología, la inteligencia artificial (IA), el uso del cloud, la robotización, el uso de nuevas tecnologías de información y la comunicación omnicanal con uso de bots e IA, drones, internet de las cosas, el big data, la Blockchain, la digitalización de procesos, la computación cuántica, los vehículos autónomos, impresoras 3D, el desarrollo vertiginoso de las Fintech y DeFi, de las fuentes renovables de energías, entre otras, constituyendo todo esto una verdadera revolución de intangibles, en la que nadie puede quedarse atrás.
En el caso de Panamá, a través de los diferentes indicadores de competitividad del WEF y de innovación del World Intellectual Property Organization (WIPO), podemos inferir nuestras fortalezas y desafíos para incorporarnos en esa revolución de intangibles, sobre los cuales debemos mantener foco para consolidarlos y poder convertirnos nuevamente en la primera opción regional de inversión y enrumbarnos hacia un verdadero desarrollo sostenible e inclusivo.
Entre las principales áreas de oportunidad que podemos inferir de dichos informes para desarrollar mayor competitividad y atraer mayor inversión destacan el fortalecimiento de la institucionalidad y acelerar la adopción de tecnologías de información y comunicación, así como el desarrollo de habilidades y capacidades laborales (del mismo informe se desprende la necesidad de desarrollar el pensamiento crítico, las capacidades digitales, mayor facilidad para conseguir personal capacitado, mejorar las prácticas para contratar y despedir, mayores facilidades para contratar conocimiento complementario extranjero y las prácticas de pagos por productividad, por mencionar las principales). Para ello se requeriría de un proceso a desarrollarse conjuntamente entre el sector privado y el público, con una planificación y seguimiento minucioso, con compromisos claros y bien definidos, como se gestionan las empresas de alto desempeño.
El autor es economista.