La reyerta del florero

Celebra hoy Colombia su fiesta nacional, que conmemora el establecimiento de la junta de gobierno en Bogotá, a finales de la dominación ibérica. Como las demás juntas hispanoamericanas en la primera etapa independentista, esta tampoco proclamó una ruptura definitiva con la corona española.

Dio—eso sí—un paso importante hacia el proceso que conduciría, en 1819, a la creación de la República de Colombia. De acuerdo con el acta del cabildo extraordinario celebrado el 20 de julio de 1810, esa corporación asumió “la soberanía del pueblo” en nombre del “augusto y desgraciado Monarca don Fernando VII”.

Solo ante él se renunciarían “los derechos imprescindibles” de dicha soberanía, siempre y cuando viniese “a reinar entre nosotros”. Como eso jamás ocurriría, la acción llevada a cabo representó, de hecho, una declaración de independencia.

El acta disponía la promulgación de una “Constitución que afiance la felicidad pública”. Participarían en la obra constituyente “las nobles Provincias” del Nuevo Reino de Granada. Su “libertad e independencia”, aseguradas “únicamente por un sistema federativo”, serían las bases de la carta política (https://www.cervantesvirtual.com).

No fue este el primer grito de libertad en la actual Colombia. El 22 de mayo de 1810, la heroica Cartagena instituyó su junta de gobierno. En Cali, un cabildo abierto hizo su pronunciamiento autonomista el 3 de julio; al día siguiente, los moradores de Pamplona (Norte de Santander) depusieron al corregidor español. Pronto erigirían su propio gobierno.

El 9 y 10 de julio, un altercado entre el pueblo y las fuerzas españolas condujo a la instalación de una junta gubernativa en El Socorro (Santander), acción que contribuyó a motivar el alzamiento bogotano poco después.

La asonada santafereña también comenzó a partir una bronca, pero, a diferencia de la espontánea sublevación en El Socorro, la de Bogotá fue orquestada por los patriotas de la ciudad. Idearon una “táctica política” para “tomarse el poder” y remediar el disgusto existente hacia el régimen español (https://archivobogota.secretariageneral.gov.co/tareas/historia-del-florero-llorente).

El proponente de lo que eventualmente se conocería como “la reyerta del florero” fue Antonio Morales Galvis (o Galavís). Propuso pedir prestado al comerciante español José González Llorente un arreglo de mesa para el agasajo que se ofrecería ese día (20 de julio) a un funcionario de la corona.

Cuando González se negara al préstamo (como en efecto sucedió), se pondría en marcha la revuelta. “Fue Morales”, indica el escritor Fabio Lozano y Lozano, “quien descargó un puñetazo sobre el rostro de don José González Llorente, como primer golpe de la magna lucha que nuestra Patria sostuvo con España hasta lograr plenamente la independencia”.

Morales Galvis, hombre de arrestos, participó en las campañas libertadoras; luego, fue agente diplomático de Colombia en Centroamérica y Perú, y ministro de Guerra en Ecuador. Colombianos, ecuatorianos y panameños desconocen que en 1845 se radicó entre nosotros, específicamente, en Penonomé.

En su enjundioso discurso el pasado 22 de mayo en el Salón Bolívar—con motivo del bicentenario de la batalla de Pichincha, en la que se destacó Morales Galvis—el Dr. Juan Cristóbal Zúñiga recordó que el iniciador de la jornada del 20 de julio murió en Panamá, en 1852, a los 67 años, siendo comandante de armas en nuestra capital.

El historiador Ernesto J. Castillero, presidente de la Sociedad Bolivariana de Panamá (1936-1940), encontró su partida de defunción en la iglesia de La Merced. Recuperar su tumba, además de sus ejecutorias en pro de la libertad y el republicanismo, sería un meritísimo proyecto colombo-ecuatoriano-panameño.

El 20 de julio fue instaurado como día nacional por el congreso colombiano en 1873. Años más tarde, en 1929, para promover el culto cívico al Libertador y los valores ciudadanos que escasean, los bolivarianos panameños, liderados por el talentoso educador Nicolás Victoria Jaén, establecieron en esta fecha la Sociedad Bolivariana de Panamá, en testimonio de amistad a Colombia y en reconocimiento a la Sociedad Bolivariana del hermano país, la primera de las sociedades nacionales.

Fue esta una más de las expresiones conciliadoras que desde 1903 hemos ofrecido los panameños a nuestros vecinos colombianos. De parte de Colombia, sin embargo, el trato no ha sido siempre el mejor.

Algunos colombianos siguen espetándonos la ridícula especie de que “el istmo era de Colombia y Estados Unidos nos lo quitó”, olvidando, convenientemente, que Panamá se unió de manera voluntaria a la Colombia bolivariana, fundada en 1819 (la denominada “gran Colombia”); que mantuvo su propia identidad a lo largo del siglo XIX, durante el cual intentó separarse en varias ocasiones; que a lo largo del período de unión, el gobierno centralizador de Bogotá no tuvo en cuenta las particularidades del istmo (como tampoco tiene en cuenta las necesidades de los departamentos más apartados del centro); y que, lograda nuestra separación definitiva, Colombia reconoció la independencia de Panamá mediante un tratado internacional (Thomson-Urrutia), además de aceptar de Estados Unidos un pago de 25 millones de dólares, lo cual equivaldría, en la actualidad, a unos 415 millones de dólares.

Por lo demás, es de interés histórico y político que la reyerta en torno al florero de Llorente contribuyera a impulsar un movimiento independentista de grandes proporciones. Muchas transformaciones han comenzado como tumultos o protestas populares, ya sean instintivas u orquestadas.

El detonante de la revolución francesa, por ejemplo, fue el ataque popular a la prisión de la Bastilla. Más recientemente, en la propia Colombia, las protestas de 2019-2021 llevaron, eventualmente, a la inédita victoria de un exguerrillero izquierdista en la reciente elección presidencial.

¿Tendrán algún resultado transformador actuales las manifestaciones panameñas contra la corrupción, el desgobierno y la especulación? Es posible, si motivan al saneamiento del sistema político según la hoja de ruta de una constituyente originaria, incluyente y democrática que instaure, como las juntas emancipadoras de América hispana a inicios del siglo XIX, una nueva forma de gobernar, en reemplazo del improcedente sistema en vigor.

El autor es politólogo e historiador; director de la maestría en Asuntos Internacionales en Florida State University, Panamá; y presidente de la Sociedad Bolivariana de Panamá.


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