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La Ruta de la Seda o el silencio de las bibliotecas (parte 1)

El intercambio a lo largo de la Ruta de la Seda no se limitó a la seda o las especias. Fue un canal para el pensamiento. Junto a esas maravillas viajaron dioses y sus ceremonias; viajaron fórmulas, símbolos, mapas de mundos posibles.

En tiempos remotos el conocimiento viajaba a lomo de camellos. Los viajeros cruzaban desiertos y montañas, dormían bajo las estrellas, despertaron en ciudades de cúpulas doradas; algo similar al relato que describe Irene Vallejo al inicio de su hermoso libro El Infinito en un junco; jinetes de luz y arena que el Rey de Egipto envió para buscar libros para su biblioteca.

La historia humana es una trama de encuentros y conflictos. Cruces de relatos que marcaron la humanidad. Uno de esos relatos es un río de memorias, territorio de palabras, de ámbar y tejidos preciosos. Una arteria por donde fluyen ideas, creencias, pensamientos y saberes. Ese relato se llamó la Ruta de la Seda.

Los humanos siempre fuimos comerciantes, pero, sobre todo, fuimos contadores de historias. Estamos hechos de historias. La humanidad no se comprende sin las historias. Del Ganges a Chang’an, de Constantinopla al Mar del Sur de China, las historias fundaron caminos en las caravanas, en los refugios y en los pergaminos. La Ruta de la Seda fue la historia jamás contada por la humanidad.

El intercambio a lo largo de la Ruta de la Seda no se limitó a la seda o las especias. Fue un canal para el pensamiento. Junto a esas maravillas viajaron dioses y sus ceremonias; viajaron fórmulas, símbolos, mapas de mundos posibles.

El budismo cruzó los Himalayas. La pólvora encendió la noche europea. El papel dio voz a los que solo hablaban desde la piedra. La brújula enseñó a los hombres a no perderse. Y el álgebra convirtió los números en puertas hacia el infinito.

Las ciudades en su recorrido no eran solo mercados; eran bibliotecas vivas. Alejandría, Bagdad, Samarcanda: cada una albergó sabios, libreros, escritores, traductores, manuscritos. Cada mercado fue una biblioteca. Cada comerciante fue un mediador de lectura, un tejedor de palabras, un orador de misterios. Sin la Ruta de la Seda, el tiempo habría sido más lento, y la historia, un silencio.

La Ruta de la Seda fue el primer gran sistema global de transmisión de ideas. Fue la primera biblioteca sin muros, sin puertas y con un cielo infinito como lector. Fue un latido galopante entre mundos distintos. Un susurro de lenguas y creencias. Un puente entre lo visible y lo imaginario.

Hoy, el conocimiento viaja de otras formas: fibra óptica, internet, redes 5G, redes sensoriales inalámbricas, comunicación cuántica; pero la esencia es la misma. Las bibliotecas, como reservorios de información, son herederas ancestrales de aquella antigua red. Son el puente entre el pasado y el porvenir. Más allá de las tensiones geopolíticas y la lucha comercial de las potencias por conquistar el mundo, comprender la Ruta de la Seda es comprender cómo el saber se mueve hoy y transforma sociedades.

Papiros, códices, inscripciones olvidadas pueden ser digitalizados. Lo que una vez fue frágil, hoy se vuelve eterno. Se abren fronteras: un pergamino chino puede leerse en un celular en Panamá. Un manuscrito persa dialoga con un estudiante en México. Las bibliotecas promueven encuentros con el otro. No solo conservan el pasado, sino que construyen el futuro. Las bibliotecas tejen senderos que se bifurcan, parafraseando a Borges.

En tiempos de sombras, el conocimiento es la única luz que no se extingue. Las bibliotecas son faros en este océano de tensiones e incertidumbre. Son memoria compartida en rutas modernas del entendimiento. Abren puertas entre continentes. Los muros caen, el conocimiento, queda.

La Biblioteca Nacional de China lleva a cabo proyectos de digitalización para preservar textos antiguos para hacerlos accesibles al público global y así fomentar la investigación sobre las antiguas civilizaciones conectadas por la Ruta de la Seda.

La Biblioteca de la Universidad de Teherán (Irán), situada en un país que fue un paso crucial en la Ruta de la Seda, colabora en proyectos para digitalizar y compartir acervo de manuscritos persas y árabes que promueven el intercambio cultural que caracterizó la Ruta.

En la Biblioteca Nacional de Uzbekistán (Taskent, Uzbekistán), ubicada en una región que fue un punto neurálgico en la Ruta de la Seda, se llevan iniciativas para preservar y estudiar documentos antiguos que destacan la importancia cultural de ciudades históricas como Samarcanda y Bujará.

La Biblioteca Nacional de Kazajistán (Almaty) ha desarrollado proyectos para conservar y promover manuscritos y documentos históricos relacionados con la Ruta de la Seda. La Biblioteca Nacional de Turquía (Ankara) trabaja en proyectos de investigación y preservación para destacar la influencia de la Ruta de la Seda en la historia y cultura turca.

La Ruta de la Seda es un recordatorio de que las civilizaciones no crecen en aislamiento. Crecen cuando se encuentran, cuando dialogan e intercambian información, cuando aprenden unas de otras, cuando existe circulación libre de pensamientos y de ideas.

Tristemente, vivimos en un mundo políticamente roto, enfermo y egoísta. Cuando necesitamos puentes, los destruimos. Cuando necesitamos dialogar, damos la espalda. El acceso libre al conocimiento y la cooperación cultural es fundamental para el desarrollo. La Ruta de la Seda es un puente moderno que nunca dejó de existir. En momentos de conflicto, el conocimiento es la mejor vía hacia la paz. Cualquier acción destinada a frenarlo es un error. Un acto de resistencia contra el poder arbitrario y la ignorancia consiste en defender la libertad de conocimiento.

El autor es escritor.


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