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La Santa Alianza, la Doctrina Monroe y el Congreso Anfictiónico

Doscientos años atrás—por estas fechas—se esbozaba en Washington, D.C., el planteamiento de política exterior que eventualmente sería conocido como la Doctrina Monroe. La denominada “doctrina” tiene su origen en una parte del mensaje que el presidente James Monroe (1817-1825) dirigió al Congreso de la Unión el 2 de diciembre de 1823. Por los efectos que a lo largo de dos siglos se atribuyen a dicho planteamiento, vale la pena considerar el contexto de su elaboración.

El informe del presidente Monroe sobre el estado de la Unión en 1823 contenía elementos de política interior y exterior, y su lectura proporciona un retrato interesante de la situación interna de Estados Unidos, así como del sistema internacional—eurocéntrico—de aquel momento. La parte concerniente a las relaciones exteriores fue inicialmente redactada por el secretario de Estado, John Quincy Adams (quien, posteriormente—entre 1825 y 1829—sería presidente de la Unión). Luego, el propio

Monroe haría algunos cambios al texto, para ajustarlo a los criterios de su política exterior.

En su parte medular, la Doctrina Monroe señala lo siguiente: aunque Estados Unidos y las potencias europeas tienen sistemas políticos distintos, el gobierno de Washington desea mantener con ellas buenas relaciones. Por eso, no se inmiscuye en sus controversias, así como espera que las potencias europeas no se involucren en los asuntos concernientes “a los continentes americanos”.

Todo intento de estas potencias por extender su sistema político a cualquier parte del hemisferio—agregó el presidente Monroe—sería considerado una amenaza a la paz y seguridad de Estados Unidos. El gobierno de Washington no interferiría con las colonias o dependencias europeas existentes en América en ese momento. Pero cualquiera tentativa de oprimir o controlar a los países que ya en 1823 habían declarado su independencia y habían sido reconocidos por Estados Unidos sería considerada una expresión de hostilidad hacia el gobierno estadounidense.

En particular, preocupaba a Estados Unidos el objetivo ruso de acaparar más territorios en el noroeste de América. Alaska ya formaba parte del imperio ruso y el zar tenía entre sus designios ampliar sus dominios en esa zona. Es dentro de ese marco que el presidente Monroe declaró: “Los continentes americanos, por la condición de libertad e independencia que han asumido y mantienen, no deben ser considerados en adelante como sujetos de futura colonización por ninguna potencia europea.”

El mensaje del presidente Monroe constituye una expresión unilateral con intenciones de erigir a Estados Unidos en el guardián del continente. En aquel momento (1823), sin embargo, Washington carecía del poderío militar para respaldar su declaración.

Quien sí lo tenía era el Reino Unido. Fue la oposición del gobierno británico el principal obstáculo a los planes de reconquista que fraguaban los absolutistas españoles en torno a su monarca, Fernando VII, aupado por la Santa Alianza.

La Santa Alianza fue una agrupación de monarcas europeos, emanada del Congreso de Viena (1814-1815) y formada en París el 26 de septiembre de 1815 por el rey de Prusia (Federico Guillermo III), el emperador de Austria (Francisco I) y el zar de Rusia (Alejandro I), su principal promotor. Eventualmente, los demás gobernantes europeos—excepto los del Reino Unido, el imperio otomano y la Santa Sede—se matricularon en esta iniciativa reaccionaria.

Su supuesto propósito era promover la influencia de los “principios cristianos” en la política europea. En verdad, lo que buscaban era retrotraer el reloj político a la víspera de la revolución francesa—1789—y restablecer el antiguo régimen, monárquico y absolutista, en Europa y sus antiguas dependencias americanas.

La Santa Alianza se formó el mismo año y el mismo mes—septiembre de 1815—en que Simón Bolívar emitió su famosa Carta de Jamaica, donde bosqueja, para la América española, un futuro de prosperidad basado en la independencia y el sistema republicano de gobierno.

Los americanos, dijo, “ansiosos de paz, ciencias, artes, comercio y agricultura, preferirían las repúblicas a los reinos”, porque la república es el gobierno más conducente al desarrollo de los pueblos. Sin duda, lo es más que la autocracia, prevaleciente, en aquel momento, en todos los países europeos salvo el Reino Unido.

Ocho años más tarde—en 1823—la mayoría de los territorios españoles en América habían logrado su independencia y establecido gobiernos republicanos. Solo quedaba por liberar parte del Perú y la actual Bolivia, lo que se lograría en 1824-1825.

Sin embargo, persistía la amenaza de una incursión española, acuerpada por la Santa Alianza. En el Congreso de Verona (1822), dicha alianza acordó respaldar un operativo francés en España para derrocar al gobierno liberal que se había logrado instaurar en Madrid, en 1820.

La invasión francesa se efectuó en 1823 y Fernando VII fue restablecido como monarca absoluto. El siguiente paso, ambicionado por el rey y sus secuaces, era enviar un ejército a América para subyugar a las nuevas repúblicas. Tales intenciones fueron frustradas por el gobierno británico, que amenazó con el uso de su armada—la más poderosa de la época—para bloquear la invasión.

Frente a los planes de reconquista y restitución absolutista en el Nuevo Mundo, la respuesta unilateral de Estados Unidos contrasta con la propuesta multilateral de las repúblicas hispanoamericanas. Convocados por Bolívar, México, Centroamérica, Colombia y Perú se reunieron en 1826 en Panamá, para crear un mecanismo multilateral de defensa frente a agresiones externas.

Un ataque contra cualquiera de las partes sería considerado una agresión contra todas y, en consecuencia, todas las partes concurrirían a la defensa del país agraviado. A esa tradición multilateral—que surgió en nuestro Salón Bolívar hace casi dos siglos—y no al unilateralismo característico de algunos países y potencias, debemos recurrir para proteger el sistema republicano y los desafíos que enfrentamos, como lo es, actualmente, la migración irregular.

El autor es politólogo e historiador, director de la Maestría en Asuntos Internacionales en Florida State University, Panamá y presidente de la Sociedad Bolivariana de Panamá


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