Hace 33 años, en 1990, un año después de la invasión militar del ejército de Estados Unidos a Panamá, un grupo de poetas panameños compuesto por Ramón Oviero, Consuelo Tomás, Moisés Pascual, Gloria Young y Bertalicia Peralta y el mexicano Roberto López Moreno se organizó para publicar un modesto cuadernillo que sería la primera antología de poesía con tema de la invasión.
La antología, sin prólogo ni hoja de créditos ni referencia de dónde fue impresa, solo dice que fue publicada en diciembre de 1990. Tiene como portada un dibujo a plumilla del artista Rubén Contreras y viñetas que ilustran algunos de los poemas en los interiores que son de los artistas Alberto Dutary, Etanislao Arias Peña, Manuel Montilla y Luis Aguilar Olaciregui. Pese a los descuidos editoriales, La voz aún no quemada es un trabajo sumamente importante por su valor histórico y por ser uno de los primeros aportes literarios que hacen denuncia puntual a la invasión.
La voz aún no quemada se inicia con un poema epistolar de Ramón Oviero. Es una carta poética dirigida al escritor mexicano Roberto López Moreno, donde Oviero le hace una descripción terrible de las primeras horas de la invasión centrado en el barrio de El Chorrillo: “Diciembre trágicamente 20/ desde Panamá. Hermano: trágico todo/ muerto todo/ el asombro sobre uno/como si nunca lo vivido. / Llaman./ Hay llamas me dicen. / Una de la mañana anuncia ese reloj inmóvil con dígitos trágicamente rojos”.
Roberto López responderá desde México: “De pronto, despierta entre ceja y ceja el veneno de tu carta, / aplazada momentáneamente en el depósito del pensamiento./ ¡Cuánta fuerza tiene un muerto! Su sola presencia repentina puede descarrilar el día”. Ramón Oviero termina su carta diciendo: “Si llega el otro día como un barco fortuito/por allí te escribiré de la angustia de todos y de la de este tu hermano”.
Consuelo Tomás tiene tres poemas, pero el poema Habrá que recoger el corazón es sin duda una pieza que destaca en la antología: “Habrá que recoger el corazón/ del sitio en que cayó esa madrugada / y coserse una sonrisa / para atravesar el muro”. Consuelo apela a la memoria como bálsamo para resistir: “Habrá que cantar bajito / como los niños cuando juegan solos / lo que no habrá que hacer / bajo ningún motivo es olvidar / envejecer / y rendirse”.
Moisés Pascual opta por parafrasear el poema Patria de Ricardo Miró y este es parte del resultado: “Oh Patria tan invadida, tendida sobre un cuchillo / donde es el cuerpo más rojo por la sangre / y es más negra la muerte, / en mí resuena todo tu escándalo de bombas en / El Chorrillo / y el mar atrapado en la gran cárcel de su oscura suerte”. Sin embargo, Fosa común es un poema mejor logrado y de mayor creatividad contestataria: “Desde el 20 / mi país / es una gran fosa común / cubierta / de tierra y silencio”.
En Texto libre, Gloria Young se pregunta: “¿Sabrán que la noche estalló por todas partes/ ¿Recordarán algún día/ que nos arrancaron los manteles,/ los apretados besos navideños,/ los puentes que acercaban las ciudades,/ los tamales preñados de sabores, / los hijos defendiendo su país?” La memoria otra vez como palabra clave: “No puedo prescindir/ de esta memoria: vitrina de los vivos y los muertos”.
En el poema Nuevamente habremos de iniciar la historia, la poeta logra estos versos: “Recorrieron palmo a palmo la noche/ con sus pasos verticales/ reventando con sus botas/ las raíces de la tierra / y el sueño mecánico de los niños”. El poema inspira esperanza porque “el país recobrará su nombre...”
Bertalicia Peralta cierra el libro con un largo poema en 10 partes con el título Invasión U.S.A., 1989. Crónicas de una memoria. Es un inventario de cuerpos, de cosas, de vidas y de emociones que registra cómo la invasión desapareció todo: “Y vimos aparecer y desaparecer los / Cuerpos e historias de nuestros antepasados/ Apenas estábamos intentando entrar al paraíso”. Porque con la invasión quedaron: “Desaparecidos los gritos /Desaparecidos los ojos las bocas /Desaparecidas las panaderías/Desaparecidos los inocentes/ Desaparecidas las casas/Desaparecidos los barrios...”
Estructuralmente el poema tiene una composición valiente y creativa. Hay monólogo donde el hablante lírico nos describe imágenes y paisajes que cuestionan el destino: “¿Dónde ocurrió la muerte?/ ¿Dónde quedó la vida?/ ¿En qué pedazo de tierra cavar el/ Hueco que oculte este dolor esta/ Amputación esta ignominia esta/ Bastardía impotencia que crece/ Por manos y cerebros por piernas y genitales?”
El poema, incluso, tiene una parte que es casi una obra dramática porque es un diálogo entre una madre y su hija muerta. Sin incisos sin acotaciones, solo el parlamento entre madre e hija: “Madre: Mi patria hija es hondo / Fulgor de cementerio ¡Resucita! Hija: Resucito madre en cada/ Palabra que me cubre Tierra a tierra/ ¡Resucito!”
La voz aún no quemada es un claro referente de que hay una poética con el tema de la invasión que necesita ser rescatada en una gran antología nacional de la poesía de la invasión, para que en nuestros centros educacionales las generaciones puedan leer la historia desde su literatura y comprender el valor de la memoria y el sentido de la frase: prohibido olvidar.
El autor es escritor