“Me preguntáis cómo me volví loco. Así sucedió: Un día, mucho antes de que nacieran muchos dioses, desperté de un profundo sueño y descubrí que me habían robado todas mis máscaras. Sí, las siete máscaras que yo mismo me había confeccionado, y que llevé en siete existencias distintas. Corrí sin máscara por las calles atestadas de gente, gritando:
—¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Malditos ladrones!
Hombres y mujeres se reían de mí, y al verme, varias personas, llenas de espanto, corrieron a refugiarse en sus casas. Y cuando llegué a la plaza del mercado, un joven, de pie en la azotea de su casa, señalándome gritó:
—¡Miren! ¡Es un loco!
Alcé la cabeza para ver quién gritaba, y por primera vez el sol besó mi desnudo rostro, y mi alma se inflamó de amor al sol, y ya no quise tener máscaras. Y como si fuera presa de un trance, grité:
—¡Benditos! ¡Benditos sean los ladrones que me robaron mis máscaras!
Así fue que me convertí en un loco. Y en mi locura he hallado la libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido, pues quienes nos comprenden esclavizan una parte de nuestro ser. Pero no dejéis que me enorgullezca demasiado de mi seguridad, ni siquiera el ladrón encarcelado está a salvo de otro ladrón”.
(El loco/El vagabundo. Khalil Gibrán. Ediciones Bontres S.L. 2014).
Este escrito del poeta Gibrán describe parte de lo que representa la locura, la aparente libertad del ser humano; también, la enajenación que genera. Por el contrario, las causas de la misma son complejas, biopsicosociales. La enfermedad mental provoca estigma, discriminación, por eso, las personas que la sufren, si no reciben la ayuda oportuna y especializada, están condenadas a morir de todas las formas. Ciertamente, expiran como ciudadanos, al no tener los mismos derechos que los demás; fallecen para sus familias, pues representan la vergüenza, los temores, y más. Estas “criaturas sufridas” padecen todas las formas de maltrato y abandono; perecen en todos los niveles de la sociedad: educativo, laboral, cultural, espiritual, etc. En consecuencia, muchos terminan en las calles, siendo urgente rescatarlos.
Incluso, aún existen mitos referentes a las conductas violentas y su asociación con los trastornos mentales; a pesar de que las investigaciones relevan que las personas sanas pueden ser responsables de muchos crímenes, y que, al contrario, dentro de las víctimas de los delitos están los pacientes con trastorno psiquiátrico. Adicionalmente, el tener un padecimiento mental es un factor de riesgo, aunado a ser del sexo femenino, para sufrir de un ataque violento, con consecuencias mortales. La muerte de una mujer de 25 años de edad (Rosa), probablemente indigente y con trastorno mental, según un noticiero local, de forma horrenda, siendo quemada viva, debe alertarnos de que enfrentamos altos niveles de crueldad; producto de una sociedad enferma y urgente de salvación. Aunque la negación nos permite lidiar contra las amenazas que resistimos los seres humanos, sin embargo, la violencia nos conmociona a todos.
Las cenizas de Rosa, junto con las de miles de mujeres que fallecen producto de la violencia de género, que podría ser la causa de este crimen (el caso está ahora en manos del Ministerio Público), no deben perderse en el olvido; al contrario, nos exigen una respuesta como comunidad, donde se articulen correctamente las instituciones que puedan ejecutar políticas de prevención, tratamiento, resolución legal frente a estos delitos. Igualmente, a través de la educación permanente sobre salud y enfermedad mental, y derechos humanos, lograríamos reducir los riesgos, intentar disminuir la violencia, e integrar a las personas con trastorno mental en la sociedad. Por tanto, El loco de Gibrán, podrá encontrar respuesta en El mundo perfecto.
“…Señor de las almas perdidas, tú que estás perdido entre los dioses, escúchame. Amable, Sino que nos vigilas a nosotros las almas dementes y vagabundas, escúchame. Vivo entre una raza de hombres perfecta, yo, el más imperfecto de los hombres…”
La autora es psiquiatra