Hay acciones de la justicia que, por legales, no dejan de transmitir una sensación de impunidad que compromete la paz social y refuerza la idea falsa (o no) de que sale “barato”, en términos legales, quebrantar la ley. Legal y ético no van necesariamente de la mano, lo que es siempre un problema.
El último ejemplo es el de Milagros Lay, que se hizo pasar por enferma de cáncer para estafar a muchas personas pidiendo dinero para tratárselo. Y nada, la justicia la condena a trabajos sociales. Barato, ¿no? De la devolución del dinero nada se dice, dejando claro que es más fácil pertenecer a la raza de corruptos y sinvergüenzas que respetar la ley.
La novela Soy leyenda es una excelente metáfora de lo que ocurre: Una bacteria convierte a los humanos en vampiros. Solo queda Robert Neville, “el último de la vieja guardia”, dicen los vampiros al capturarle. “Yo soy el anormal ahora. La normalidad es un concepto mayoritario. Norma de muchos, no de un solo hombre”, dice Neville. Sus últimas palabras son las últimas del libro: “Soy leyenda”.
Esta sensación de impunidad terminará convirtiendo en leyenda a los ciudadanos de bien. Tanta casa o país por cárcel va agrietando el civismo y da alas a sueños de corrupción de diversa índole. Una democracia descontenta con su justicia, es una bomba de relojería de muy difícil desactivación.
No cedamos: ni anormales ni de la vieja guardia. Tenemos que vencer a la “bacteria”, procuremos que no nos llegue la hora de decir “soy leyenda”, rodeados por aquellos que deben ser garantes de la justicia. La pesadilla parece estar más cerca de lo que pensamos.
El autor es escritor