Leo que piden doce años de cárcel para un caricaturista, porque a una exprocuradora, con nombre de país africano y apellido de exmilitar, no le gustó la crítica hecha contra su cargo y la gestión del mismo (y no contra ella como persona). Acusan al caricaturista de violencia contra la mujer y lesiones psicológicas, y la todopoderosa exfuncionaria solicita (es increíble) el uso de la cámara Gesell. Y todo esto ante la tibieza de la sociedad panameña, que no entiende la importancia de la libertad de expresión.
Las dictaduras censuraban en Panamá hasta canciones. La mordaza, en forma de uso torticero del sistema judicial para callarle la boca a los que opinan y critican al poder, es síntoma de que no todos somos iguales ante la ley y eso debilita la democracia. Porque si hoy le meten a un caricaturista, periodista, escritor, o cantante doce años de cárcel por decir lo que piensa, ¿qué esperan los demás que les pase? Es tan alto el nivel de ignorancia que hay quienes creen que nunca les pasará a ellos.
Y peor aún: en este país es más fácil meterle doce años a un caricaturista, pero qué lío para que sentencien contra violadores, corruptos o exfuncionarios en altos cargos (este gobierno será “ex” pronto, a ver si conseguimos para muchos de ellos una triste multa), que se han aprovechado de la democracia para su propio beneficio, y allí están, tan tranquilos, ocupando en este último año de terrible gobierno, cargos para terminar de lucrarse.
No señores, la tibieza ante hechos como este compromete de modo gravísimo nuestras libertades fundamentales. Montar un juicio con altísimas penas, amenazando a opinantes a disculparse para archivar la causa, es pretender mantener a los críticos callados. Y bien torpes somos si creemos que eso no es con nosotros: el día de mañana, cuando les manden a cerrar cuentas, periódicos o prohíban publicar libros, veremos dónde terminamos: callados, en la cárcel, o bajo tierra.
El autor es escritor.