Las masas, como señalaría Ortega y Gasset, parten de la errónea creencia de que las cosas que hoy disfrutamos—el nivel de vida en el que vivimos y el bienestar en general—son un hecho dado. Quizás este sea el mayor error de una sociedad: pensar que todo está dado, ignorando que son el resultado de un proceso en el que se han invertido tiempo y recursos para alcanzar el nivel de vida actual.
Hoy en día, muchos han sido influenciados por una mentalidad anticapitalista, basada en sentimientos de culpa, resentimiento y vergüenza. Esa visión, que considera al individualismo, la propiedad privada y la riqueza como males que corrompen al ser humano, está destruyendo, casi inadvertidamente, los pilares de nuestro entorno.
El colectivismo, raíz de esa mentalidad, no es nuevo ni exitoso. Existen innumerables ejemplos de fracasos asociados a este enfoque que, sin importar dónde o quién lo aplique, produce siempre los mismos resultados: estancamiento y pobreza.
La realidad es que la historia de la humanidad está marcada por la escasez y la necesidad, y la mejor manera de enfrentar esta condición ha sido a través de los principios que defienden la libertad individual y la propiedad privada. Estos valores fomentan la creación de riqueza mediante el ingenio, la creatividad y la búsqueda de la felicidad.
Sabemos que los países con mayor libertad económica y humana registran mayores niveles de bienestar. Ese crecimiento ha sido posible, en gran medida, gracias al libre mercado y al sistema capitalista. Contrario a lo que muchos argumentan, estos países no han prosperado explotando a otros, sino que han cultivado la libertad como base de su desarrollo.
Panamá, que durante años fue visto como un ejemplo del éxito del libre mercado y el capitalismo, ha comenzado a desviarse hacia el camino de la servidumbre, influenciado por una mentalidad anticapitalista. Esto se refleja en el deterioro de sus instituciones, la desaceleración económica, el aumento del costo de vida, el desempleo y la pérdida de competitividad.
En Panamá, los promotores de esta mentalidad han impuesto una narrativa de vergüenza por los logros alcanzados mediante la libertad económica. Han convencido a sectores de la sociedad de entregar al Estado, en nombre de la justicia social y el bien común, las libertades que fueron esenciales para nuestro desarrollo.
Prueba de este deterioro se encuentra en indicadores como el del World Justice Project, que mide el estado de derecho. Panamá pasó del puesto 49 en 2015 al 74 en 2023. En el índice de percepción de corrupción, caímos del puesto 72 al 108 en el mismo periodo. Este deterioro institucional ha ido acompañado de un crecimiento del tamaño del Estado y su discrecionalidad, relegando al sector privado y los principios liberales que sustentan el bienestar general.
Actualmente, enfrentamos el nivel más alto de desempleo e informalidad en los últimos diez años, y una caída drástica de la inversión extranjera: de recibir alrededor de 5 mil millones de dólares en 2015, hemos pasado a percibir solo 878 millones en 2023. Estos síntomas no reflejan el agotamiento del libre mercado, como algunos sostienen, sino las consecuencias de abandonar este sistema para abrazar un modelo intervencionista, donde la propiedad privada cede terreno frente a un Estado cada vez más invasivo.
La verdadera pregunta que debemos hacernos es qué camino queremos recorrer. ¿Estamos dispuestos a regresar al camino de la libertad, o nos resignaremos a continuar en el de la servidumbre?
El autor es miembro de la Fundación Libertad.