Visité el Museo de la Libertad y los Derechos Humanos. Felicito a los organizadores por su creatividad, esfuerzo, perseverancia y objetividad en el diseño estructural y contenido temático. Como señaló el Dr. Pichel en su escrito dominical, la obra tiene todavía un amplio margen de mejora. El balance, a mi juicio, es claramente favorable, con muchísimas más virtudes que deficiencias. Aplausos de pie.
Habrá historiadores que, seguramente, encontrarán omisiones, errores o manipulaciones en los sucesos presentados. No hay que olvidar que la historia es muchas veces contada por los triunfadores o por los que detentan poder (económico, político, religioso) en cada época, una manera de influir convenientemente en la trascendencia de las narrativas. Los progresos en DD.HH. son vertidos de manera lineal -quizás por fines didácticos-, algo que contrasta con los retrocesos intermitentes que ocurren frecuentemente a lo largo del tiempo. Desde mi perspectiva, faltaría reforzar conceptos sobre la desinformación que sufren nuestros jóvenes en materia de sexualidad, sobre las fobias y discriminaciones contra lo diferente en aspectos de etnia, género, cultura, creencia o composición familiar, sobre los derechos de individuos a participar en investigaciones científicas y sobre las violaciones a la privacidad de la gente.
Conviene resaltar también que la evolución en libertades y derechos es imparable e inagotable a medida que la humanidad progresa en civilización. Las trasgresiones pretéritas son hasta cierto punto comprensibles debido al contexto en que se escenificaron, porque lo moral, a diferencia de lo ético, sufre variaciones según las reivindicaciones y resiliencias de la colectividad en cada momento dado. No es conveniente, por tanto, juzgar férreamente lo acaecido en el pasado a través de parámetros modernos de reflexión cognitiva y solidaridad social. La libertad, empero, tiene también responsabilidades y límites. Su frontera se fija donde se inicia el territorio de afectación del prójimo. Si aplicamos el principio de otredad en nuestro actuar cotidiano (no hacer a alguien lo que no quisiera me hicieran a mí), sería más fácil moldear nuestra conducta ante cualquier dilema. Como decía Abraham Lincoln: “Los que niegan la libertad a otros no la merecen para ellos mismos”.
En el tema de derechos hay, desafortunadamente, demasiada hipocresía y doble rasero. Tomo, por ejemplo, las actuaciones en redes sociales. Twitter tiene normas claras de comportamiento, con reglas que deberían ser imitadas en otros ámbitos de la comunicación. Se defiende la libertad de expresión, pero está prohibido difundir imágenes de muertes o lesiones graves, hacer apología de la violencia, emitir mensajes de odio, promover actos suicidas, exhibir menores de edad y publicar o replicar fotos o videos íntimos sin consentimiento. Muchos comunicadores infringen frecuentemente estos lineamientos. ¿Cuántas veces no hemos visto por televisión rostros de víctimas en accidentes u hospitales, pero no los de reporteros o sus familiares? Todavía recuerdo cuando un popular comentarista retuiteó una fotografía privada de mi hija sin permiso alguno. Lo peor fue que ni siquiera el Colegio de Periodistas censuró al mediocre colega. Como apuntaba Mandela: “Ser libre no es solo deshacerse de las cadenas de uno, sino procurar que se respete y mejore la libertad de los demás”.
El autor es médico