¿Cuál será el futuro de la medicina en una época donde el ritmo de nuevos conocimientos fisiológicos, moleculares y tecnológicos se incrementa de manera exponencial? ¿Cómo deberá enfocarse la formación universitaria de las próximas generaciones de galenos ante estos extraordinarios avances? La expansiva complejidad de la ciencia médica parece sobrepasar la capacidad de la mente para asimilar toda la información que está surgiendo en biología, genética e inmunología humana. Por ahora, al facultativo le bastaba con un limitado aprendizaje, una dosis de sentido común y la ayuda de algunas pocas herramientas accesorias como microscopios, estetoscopios, electrocardiogramas o radiografías, para formular conjeturas diagnósticas y terapéuticas. Los pacientes, empero, son cada vez más longevos, portan una mayor cantidad de enfermedades concomitantes, reciben una miríada de fármacos y exhiben novedosas variantes patológicas relacionadas al progresivo desgaste celular. Aparte de la impronta hereditaria, el estado de bienestar desde la infancia depende también en gran medida, de un sinnúmero de determinantes sociales, políticos y económicos. Las inequidades resultantes inciden decisivamente en la salud mental y física de toda persona a largo plazo.
El historial clínico de cada individuo se acumula a tal nivel que hasta los registros electrónicos se saturan de datos difíciles de analizar rápidamente. El facultativo que no posea suficiente destreza estadística y cibernética para enfrentar los continuos algoritmos de manejo que aparecen quedará desfasado. Nunca habíamos tenido acceso a tantas pruebas diagnósticas como en la actualidad, aunque sus interpretaciones muchas veces nos dejan en el limbo entre falsos positivos y negativos, algo que dificulta la correcta toma de decisiones. Los enfermos contemporáneos son más cuestionadores y escépticos porque tienen fácil acceso a internet. Los supuestos errores médicos se ventilan, sin filtro alguno, en medios de comunicación, abriendo la puerta a abogados oportunistas que se aprovechan del sufrimiento para fines mercantiles. Las noticias falsas, difundidas por “grupos de pánico”, están invadiendo el campo de la medicina, causando un impacto adverso en la salud colectiva. La reemergencia del sarampión y la conspiración contra la vacunación de VPH son nefastos ejemplos de terrorismo informático.
La inteligencia artificial está haciendo a la máquina mucho más precisa que la mente humana. Urge reformar la enseñanza universitaria, si no queremos ser desplazados prontamente por computadoras sofisticadas. Se avecina una era de medicina de precisión genética, medicina regenerativa, farmacogenómica, transcriptómica, proteómica, bionanotecnología, instrumentación robótica y biónica, etc., que motivará cambios profundos en los paradigmas pedagógicos. Las facultades de medicina tendrán que adaptarse a la modernidad si pretenden mantenerse vigentes. El decano de nuestra primera casa de estudios, Dr. Enrique Mendoza, ya está estructurando el futuro pensum curricular. Enhorabuena. Como apuntaba el matemático Marvin Minsky, uno de los padres de la inteligencia artificial y del transhumanismo: “Cuando los ordenadores tomen el control, puede que no lo volvamos a recuperar. Algún día seremos capaces de alcanzar la inmortalidad. Haremos copias de nuestros cerebros, los crearemos en un laboratorio o, simplemente, descargaremos sus contenidos en discos duros”. Espeluznante.
El autor es médico