Mucho revuelo ha causado el calificativo de “chiquillos” por parte del presidente de la República, José Raúl Mulino, en referencia al grupo de diputados de la Asamblea Nacional que no aprobó a su candidato a director de la Caja de Seguro Social. En mi opinión, se trata del primer asomo de la egolatría que, en sus años como ministro del gobierno 2009-2014, demostró el actual mandatario. Así las cosas, me parece oportuno recordarle que la historia está llena de ejemplos de muchos “chiquillos” que, en su momento, lograron cambiar el mundo.
Vienen a mi mente nombres como Alejandro Magno, quien a sus 20 años asumió el trono de Macedonia y, en escasos 10 años, había extendido su imperio desde Grecia hasta el noroeste de la India, consagrándose hasta el día de hoy como uno de los más grandes y exitosos líderes militares de la historia. Lucas 2:41-47 (la Biblia) narra cómo un “chiquillo” de 12 años estuvo extraviado en Jerusalén: “Y sucedió que al cabo de tres días lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y preguntándoles; todos los que le oían estaban asombrados por su inteligencia y sus respuestas...”.
Ignoro si usted es practicante de alguna religión, pero no podrá negar la gran influencia que aquel “chiquillo” tiene en la humanidad, 2012 años después de aquel suceso. Más recientes son los casos de “chiquillos” como Wolfgang Amadeus Mozart, Marie Curie o Pablo Picasso, quienes, cada uno en su campo, supieron dejar un legado que persiste hasta nuestros días.
Nuestra pequeña nación también tiene sus “chiquillos” que supieron ganarse un lugar en nuestros recuerdos. Me refiero a esos estudiantes que el 9 de enero de 1964, con su arrojo, determinación y patriotismo, decidieron defender nuestra soberanía y a quienes debemos la tenencia de ese gran activo para el país, que es el Canal de Panamá.
En síntesis, Sr. Presidente, no hay nada de malo en ser un “chiquillo”, y mucho menos si ese chiquillo está exigiendo transparencia en la administración pública. Tiene usted la oportunidad de pasar a la historia como el padre responsable que supo guiar a sus hijos por la senda de la virtud, o como uno más de los que, con su presencia, silencio, omisión y/o complicidad, saquearon las arcas estatales.
El autor es ciudadano.
