Alucinante, desafiante y provocador. Son tres palabras que tengo para el libro de cuentos de la joven escritora Lisbeth Tejeira. Historias sin nombre, caras sin rostro (Panamá , 2022) es el título de este libro de historias que toca cuestiones inquietantes y temas tabú.
Para ser el primer libro de cuentos de la autora, la obra reúne textos perturbadores con un estilo que se esfuerza por lograr una expresión verbal que interactúa con el lector. Desde un lenguaje lleno de silencios y oscuros, diversidad de lo subjetivo, obligatoriedad de la interpretación por parte del lector, lenguaje poético y reflexivo, descripciones de objetos indiferentes, constituyentes sintácticos desafiantes, la interrogación intencionada, punto de vista espacial bifurcado, la omisión indefinida, Lis nos regala 10 historias sin nombre y sin rostro.
En el Canto XIX de La Odisea, del Coloquio de Ulises y Penélope—El lavatorio o reconocimiento de Ulises por Euriclea, la anciana, ama de llaves, reconoce a Odiseo al lavarle los pies porque descubre una cicatriz que un jabalí le hiciera en su juventud: “La anciana tomó la cicatriz entre las palmas de sus manos / y la reconoció al tacto. Y soltó el pie que estaba levantando/ y la pierna cayó en el caldero. Resonó el bronce, / se inclinó hacia atrás, hacia un lado y el agua se derramó en el suelo. / Al mismo tiempo, el gozo y el dolor invadieron el corazón y sus dos ojos / se llenaron de lágrimas, y se le quebró su floreciente voz. / Y agarrando de la barba a Odiseo, le dijo: «Sin duda eres Odiseo (…)”.
Erich Auerbach hace un estudio comparativo de este canto con el relato bíblico donde Abraham tiene que sacrificar a su hijo, Isaac, y nos recuerda el gesto de Odiseo al recordar su cicatriz. Ulises se retira en la oscuridad para ocultar su rostro para que Penélope no lo reconozca. Con una mano silencia a la anciana y trata de resolver un momento de crisis. Su rostro guarda muchas historias de un héroe antiguo, pero ahora su cara debe ocultar la realidad para alcanzar su fin.
Los personajes de Lis no tienen rostro ni nombre. También ocultan su identidad, porque para ellos la identidad es un proyecto sin sentido que es parte de una realidad putrefacta y un mundo que agoniza. De igual forma, las 10 historias sin título (sin nombre) son historias donde la autora, igualmente, oculta su propio rostro y abandona su responsabilidad como creadora para delegar al lector el destino de sus personajes.
Al comienzo del libro hay una nota para el lector: “Esta historia, de entre todas las que hayas leído, la vas a tomar personal aunque trates de evitarlo. Tiene tu rostro y el de tus conocidos; los sentimientos que veas no son míos, te pertenecen. Nada de lo escrito está en la mente de este autor. ¡Me lavo las manos!”
Desde ese momento, el lector se vuelve corresponsable del libro que está leyendo. Drogadictos, locos, secuestradores, víctimas y verdugos son algunos de los personajes patéticos que habitan las historias sin nombre y sin rostros. “Los personajes carentes de nombres o de signos que los identifiquen cobran vida únicamente cuando la persona inicia la lectura. Es, entonces, cuando los actores de las historias comienzan a adoptar las formas de quienes nos rodean o de nosotros mismos”.
El libro fue presentado en la pasada feria internacional del libro en agosto. Lo he tenido desde entonces en mi mesita de noche como una culpa, como el fantasma de una entidad que me vela cuando duermo, como si sus historias cobrarán peso hasta lograr hacer que mi sueño se convierta en un sufrimiento a la espera de una lectura atenta y sin distracciones. No quería que terminara el año sin que me sucedieran estas historias que he leído en la sala de un hospital mirando personajes reales que se combinaban con los personajes de los cuentos de Lis.
No es broma cuando su verdadera autora nos advierte que estos pequeños cuentos son proveedores de evocaciones y recuerdos, porque también nuestras vidas están pobladas de memorias de seres que en algún momento despreciamos o temimos. Seres que cobran vida desde las páginas de este libro y a los cuales nosotros le damos la identidad para que cobren vida.
Tal vez, para mi concepto, que sin duda es irrelevante en este momento, los cuentos de Lis Tejeira no son cuentos redondos con una anatomía perfecta y su construcción sintáctica obliga a leer con firmeza, pero debo confesar que Lis ha logrado inquietarme y dejado una incertidumbre compleja que solo logré disipar cuando terminé la última historia que me obligó a pensar en posibles finales, como es la intención de la autora. Ahora me toca dormir y esperar que en mis sueños no se asomen esas caras sin rostro.
El autor es escritor