Al hablar de corrupción pensamos en el corrupto. Sin embargo, el corrupto no siempre genera la corrupción. Él surge del sistema que lo permite, como el hongo de la humedad. Es un advenedizo cualquiera, de mayor olfato que inteligencia, capaz de detectar sombras donde hay luz. Porque nace con esa “facultad”, o la desarrolla en el transcurso de su vida. Vida que tampoco tiene que ser difícil, como pensamos sobre la mayoría de los delincuentes. El corrupto puede ser cualquiera que aproveche ciertas condiciones a beneficio personal, pero en contra del bienestar y la moral pública. Hay tantos tipos de corruptos como cánones morales, o más.
La predisposición a delinquir es proporcional al umbral de aceptación de riesgos de cada individuo. En condiciones normales, la mayoría de los panameños no aceptaría el riesgo de ir preso por apropiación indebida. Prefiriendo sobreendeudarse, a robar. Pero, qué pasa cuando al paisano “común” le surge una emergencia que supera su alcance existencial, y choca de frente con el sistema mediocre e inamovible (trámites engorrosos, documentación excesiva, procesos redundantes y funcionarios groseros). Entonces, por triste y dolorosa epifanía, descubre que varias leyes se han hecho a la medida de pocos (corruptos, también) y que el sistema del que requiere ayuda, le apunta en contra. En el momento en que el individuo se siente impotente, frustrado, decepcionado del Estado y traicionado por las autoridades, surge, casi de la nada: “La mano amiga del sistema”, que ofrece agilizar (y resolver) el proceso, a cambio de unos cuantos reales.
En la naturaleza hay cierto tipo de parásitos que inmoviliza a sus huéspedes, sin matarlos de inmediato. De igual forma, la corrupción ha existido tanto tiempo en el sistema, que ahora este apenas sobrevive para enmascarar a la corrupción. Por eso, las instituciones (Idaan, Policía, Tránsito, Aseo, Salud, leyes, Migración) parecen haber colapsado, pero el gobierno no termina de caer. El sistema solo opera eficientemente para los corruptos; exceptuando la mediatización (con chivos expiatorios) e iteración de seudoprocesos estériles, diseñados para desgastar al ciudadano honesto. Las leyes, torpes e insuficientes, apenas constituyen la cáscara bonita de una manzana podrida. Porque la mediatización y la mala justicia combinadas, dan profundidad y consistencia a “algo” que en realidad no la tiene ni la tendrá. Por eso, cada administración promete mucho y resuelve nada.
Por temor al purgante, la nueva democracia prefirió convertir un simple problema de lombrices, en una enfermedad crónica degenerativa. Y elección tras elección, nos contagian las mismas “infecciones oportunistas” que la corrupción le pega al sistema. Gracias a la mano amiga del sistema, andamos eternamente anémicos, o mejor dicho, irritables, somnolientos, enfermizos, temerosos de la delincuencia, sin medicinas ni médicos, aplastados por tranques, casi ahogándonos en inundaciones de lluvia o aguas negras; sin saber qué hacer con la basura, las calles rotas, las casas con letrinas, el pésimo servicio de agua, la impunidad galopante, etc.