Hace poco vi un post en Instagram que decía: “Qué triste lo aislados que nos hemos vuelto, que hoy en día las cosas que la gente hacía normalmente hace 15 años son vistas como ideas radicales para formar comunidad: visitar a tu amigo en el hospital, recoger a un familiar del aeropuerto, saber el nombre de tus vecinos. Las compañías tecnológicas han tercerizado toda nuestra humanidad para servir a los grandes capitales”. Este post resonó conmigo, y cuando abrí la sección de comentarios, noté que era el sentir de cientos de personas a nivel mundial.
En Panamá hemos visto el crecimiento exponencial de los servicios de entrega motorizados, del uso de plataformas digitales de transporte, y de tiendas y supermercados que ofrecen hacer tu compra en línea y recogerla desde tu carro, entre otras. Se nos han vendido estos productos como “comodidad” para el consumidor. Es totalmente entendible, fueron soluciones que se normalizaron durante la pandemia de covid-19, cuando el riesgo de contagio, la enfermedad y la muerte eran amenazas reales. Sin embargo, son servicios que en la actualidad hemos seguido utilizando más por conveniencia que por supervivencia.
Nadie quiere meterse a un súper abarrotado, donde lo más probable es que termine discutiendo con alguien por un estacionamiento. Es agotador llegar a casa después de un largo día laboral y no solo tener que cocinar, sino también fregar los platos. ¿Para qué incomodar a un amigo pidiéndole un aventón si el Uber llega en cinco minutos? No nos detenemos a pensar en el costo de estas comodidades para nuestro bienestar social. Perdemos las pequeñas interacciones con otros compradores cuando vamos por los pasillos del súper, con los cajeros y los empacadores. Perdemos esos momentos de cocinar en familia o para algún ser querido, de convivir alrededor de la mesa. Perdemos ese tiempo de calidad con amistades y la seguridad de saber que pertenecemos a una red de apoyo.
Cada día nos aislamos más en el nombre de la autosuficiencia y la comodidad. Ciertamente, esta accesibilidad es maravillosa y una señal de progreso. Nuestro mundo actual es más accesible que en cualquier otro momento de la historia. Tenemos más oportunidades y avances tecnológicos que nos permiten una mayor conexión, interactuamos con decenas de personas al día a través de “likes”, “reposts” y “stories”. Sin embargo, estamos más solos que nunca. Estudios reportan niveles de aislamiento social en adultos de mediana edad en Estados Unidos, Inglaterra y Europa Mediterránea significativamente más altos que los de los adultos mayores. Estudios en Latinoamérica y el Caribe señalan altos niveles de soledad y falta de amistades en adolescentes.
El punto no es demonizar estos servicios de conveniencia. Son útiles y, en muchos casos, necesarios para las demandas y la falta de tiempo en el día a día. Sin embargo, no deberían ser nuestra primera opción, y debemos reflexionar sobre lo que perdemos cuando dejamos de conectar con otros.
Un problema de salud pública
El aislamiento no solo está deformando nuestra idea de comunidad, también nos está matando, literalmente. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos, el aislamiento social puede incrementar los riesgos de enfermedades cardiovasculares, derrames, diabetes tipo 2, depresión, ansiedad, demencia e incluso el de muerte temprana. Los grupos con mayores factores de riesgo para ser impactados por el aislamiento social incluyen a personas de clases socioeconómicas bajas, adultos jóvenes, adultos mayores, inmigrantes y personas de la comunidad LGBTQ+. Los expertos señalan que este aislamiento puede manifestarse como un riesgo para la salud, aun si la persona no se siente sola.
¿Qué podemos hacer?
En Panamá necesitamos invertir en intervenciones arraigadas en la construcción de comunidad, enfocadas tanto en programas escolares como en programas de promoción de la salud. Nuestro gobierno debe priorizar la creación de más espacios públicos, hacer ciudades más caminables y mejorar la infraestructura de transporte para promover la convivencia.
A nivel más individual, hay estrategias que podemos emplear para asegurar que estemos menos aislados. En 1980, el sociólogo Ray Oldenburg (1932-2022) describió el concepto del “tercer lugar” como “un espacio de interacción social libre e informal esencial para la democracia”. El primer espacio es nuestro hogar y el segundo, el trabajo. Hoy en día, para muchos teletrabajadores y trabajadores independientes, el segundo lugar ha dejado de existir, resaltando la gran necesidad de tener terceros lugares. Ejemplos clásicos de terceros lugares eran la iglesia, las peluquerías, los cafés y los bares. Algunas ideas más actualizadas incluyen ligas deportivas, clubes de lectura, gimnasios, grupos de interés y voluntariados.
Aprovechemos las oportunidades que tenemos para conectar con amigos, familiares, colegas y hasta con desconocidos. Pensemos dos veces antes de relegar una actividad cotidiana a una gran plataforma cuyo único interés es el bienestar económico de sus creadores. Pasemos tiempo de calidad con nuestros amigos y vecinos. Es esencial para nuestra salud y bienestar, y podría salvar nuestras vidas.
La autora es investigadora del Cieps.