Veo en la pantalla de televisión a la hija de la activista hondureña Berta Cáceres y no lo puedo creer: hace apenas unas semanas que mataron a su madre, y Berta Isabel Zúñiga está ahí, firme, dando una entrevista vía satélite desde Washington, sin soltar una sola lágrima, exigiendo justicia. Berta Isabel tiene apenas 25 años de edad, pero, sin duda, le enseñaron a luchar desde pequeña.
—¿Quién mató a tu mamá?, le pregunto.
—“Ella fue asesinada en su casa”, me cuenta.
Berta Cáceres, la ambientalista de 45 años de edad y líder de la comunidad indígena lenca, vivía en La Esperanza, al oeste de Honduras.
—“Sabemos que mínimamente entraron dos sicarios a asesinarla”.
Algunos periodistas jugaron irresponsablemente con las especulaciones de que fue un intento de robo o un crimen pasional. Pero Berta Isabel dice que eso no es cierto. Ella cree que la muerte de su madre podría estar ligada, supuestamente, a la construcción de una gigantesca represa que logró bloquear de manera temporal en el río Gualcarque. Y también al “Estado de Honduras, que fue incapaz de garantizar las medidas cautelares que ella tenía desde 2009”. (La empresa hidroeléctrica Agua Zarca, en un comunicado que me enviaron, niega cualquier “vinculación, directa o indirecta” en la muerte de Berta Cáceres, “lamenta y condena el crimen”, “se solidariza con la familia doliente” y “repudia todo tipo de actos que atenten en contra de la vida de las personas”).
La verdad es que Berta Cáceres –la coordinadora del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras– vivió los últimos años de su vida como una mujer al borde de la muerte. Recibió múltiples amenazas por su oposición a la creación de una planta hidroeléctrica, con fuerte financiamiento internacional, que afectaría irremediablemente el medio ambiente, las tierras de cultivo en la zona y varios ríos considerados sagrados por la mayor etnia indígena del país. Se suponía que el Gobierno hondureño debía protegerla. Claramente, eso no ocurrió.
Berta Cáceres se dio a conocer al mundo por recibir el premio Goldman en abril de 2015 por su protección al medio ambiente en Honduras. Entonces, le dijo en una entrevista a la BBC que “nos consideramos custodios de la naturaleza, de la tierra y, sobre todo, de los ríos”.
El único testigo presencial del asesinato de Berta Cáceres es el ambientalista mexicano Gustavo Castro. “Él estaba en la casa, en el cuarto de mi hermana menor, acompañando a mi mamá esa noche”, me contó Berta Isabel. “Él se salva de milagro… el sicario le apuntó directamente a la cara, él movió la cara y la bala le rozó una mano y le cortó parte de su oreja”. El sicario aparentemente lo dio por muerto y se fue.
Poco después, en una conferencia de prensa, Castro fue muy claro. “Estamos todos esperando que el mismo gobierno pueda ofrecer una versión creíble”, dijo. “Una versión que satisfaga a la familia de Berta”. Esa versión no ha llegado todavía.
—¿Confías en la justicia en Honduras?, le pregunto a Berta Isabel.
—“No, nosotros no confiamos, porque ha sido un aparato ineficiente en la investigación”, me asegura. “Pero también porque la institucionalidad hondureña tenía intereses fuertes en no averiguar quiénes de verdad están detrás de su asesinato”.
Por eso ella está pidiendo que sea la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, con expertos independientes, quienes investiguen la muerte de su madre.
Berta Isabel y sus tres hermanos saben que ellos pudieran ser los siguientes. “Sí, y la amenaza viene por exigir justicia y ahora convertirnos en voceros”, me dijo firme, sin titubear. La veo en la pantalla de televisión y no noto ninguna fisura. Su gesto es casi de enojo y de mucha determinación. Berta Isabel ha dejado el duelo para después. Este, para ella, no es momento de llorar. Este es momento de luchar. Eso lo aprendió de su madre. Solo cuando se refiere a ella como “mi mami” es que sabemos que carga un intenso dolor. Y ella sabe que pelear contra una injusticia es otra forma de recordarla y quererla. (Aquí puedes ver la entrevista con Berta Isabel: bit.ly/23Cao4q.).
En su discurso de aceptación del premio Goldman, Berta Cáceres dijo que “la defensa de los ríos es dar la vida para el bien de la humanidad y de este planeta”. Así vivió, y así murió. Menos de un año después de pronunciar esas palabras, Berta Cáceres fue enterrada cerca del río Gualcarque que tanto amaba.