La clara mañana del martes 19 de julio de 1994, difícilmente avizoraba el trágico final que iba a tener aquel día. Era una jornada normal, común y corriente, ajetreada como cualquier otra, con sus cargas de trabajo, decisiones, carreras contra reloj y reuniones. Al salir de nuestros hogares, como es la costumbre hasta la fecha, millones de panameños lo hicimos con la promesa de regresar sanos y salvos al final de la faena. Todos volvimos a casa aquella vez, menos 21 hombres y mujeres que no regresaron porque fueron asesinados en el que hasta el día de hoy es el más grave atentado terrorista que ha tenido como escenario a Panamá.
Acaeció en un vuelo rutinario de la empresa Alas Chiricanas entre las ciudades de Colón y Panamá. Identificado con el número de vuelo 00901, la nave decoló desde el aeropuerto Enrique A. Jiménez a las 5:10 p.m., dirigiéndose con destino sur hacia nuestra capital. Pero en pleno trayecto sucedió lo impensable. El turbohélice Bandeirante modelo EMB 1 0 desapareció de los radares sobre el cielo de Santa Isabel a los 10 minutos de haber iniciado su ruta, dando comienzo a una inmediata búsqueda de los cuerpos de socorro, que en poco tiempo llegaron a la escena del crimen y constataron la peor de las pesadillas. Solo se encontraron restos humeantes de lo que hasta hace pocos minutos era un avión, verificando que entre los metales retorcidos no había sobrevivientes.
Testigos del hecho dieron cuenta de que oyeron una explosión proveniente del cielo y alcanzaron a ver una bola de fuego que velozmente se precipitó a tierra. Transcurridos los primeros días, las investigaciones indicaron que la aeronave cayó debido a la explosión de una bomba introducida en su interior de manera furtiva.
Al cumplirse 23 años de aquella fatídica jornada que enlutó a nuestro país, aún no sabemos con certeza qué pasó. Desconocemos cómo y por qué se truncaron las vidas y los sueños no tan solo de las 21 personas asesinadas, sino también la de los familiares que hemos continuado con nuestras vidas cargando el dolor de seguir viviendo sin que se haya hecho justicia para encontrar la verdad de lo sucedido.
Entendamos por justicia el hallazgo de la verdad. No la aplicación de venganza. La justicia no tiene tolda. Es un valor moral presente desde épocas inmemoriales. Está representada por una mujer en túnica, con ojos vendados y con una balanza que se mantiene en perfecta suspensión, sin inclinarse, en símbolo de imparcialidad. Siempre ha sido, es y sera la base de nuestras sociedades. Con ella garantizamos la prosperidad, el desarrollo y la confianza. Evita el caos. Con base en la justicia es que obramos, y tan elevado es el anhelo de encontrarla que invertimos todo para llegar a ella, aun a expensas de nuestro descanso, sacrificando nuestra comodidad e incluso la salud ya que, sin justicia, desaparecen las garantías tanto para nosotros como para aquellos que amamos.
Han pasado 23 años y la herida aún no cierra. Con dolor e impotencia aún lloramos a padres, hijos, sobrinos, abuelos, hermanos, tíos, primos, vecinos y amigos asesinados. Aquel día todos perdimos a alguien con quien alguna vez nos saludamos, reímos, soñamos y pensábamos pasar nuestra vejez. Alguien a quien conocíamos y amamos.
Alguien que para nosotros jamás será un anónimo, sino una persona cercana con nombre y apellido. Alguien a quien veríamos en ese crepúsculo al que no llegó con vida, quién sabe, solo para abrazarnos o bien desearnos las buenas noches que desde pequeños nos deseábamos.
Mucha agua ha corrido por debajo del puente, pero tanto para mí como para los centenares de deudos aún esto no ha terminado. Nos quedamos congelados. Dolidos. Con el alma quebrada y el pensamiento petrificado. Perdimos a personas que amamos. A seres humanos ejemplares. Únicos. A compañeros de nuestras vidas que se vieron truncadas.
Si bien saber la verdad no nos devolverá a aquellos que se fueron ni la alegría ni la sonrisa en nuestro ser, por otra parte, nos restituirá la fe en que más nadie vaya a sentir cómo una daga le es clavada en el corazón en una agresión de la cual toda la sociedad panameña ha sido víctima. Por ello, repito e insistiré siempre hasta que me den las fuerzas y el Creador me lleve a su lado: mi objetivo es no olvidar, y deseo verlo transformado en legado, uno el cual haga que usted, mi amigo lector, jamás deba transitar por el dolor que nosotros los deudos aún estamos transitando.