Constantemente se habla de Panamá como un país de oportunidades, pero ¿para quiénes? La alta burocracia dificulta la creación de negocios, los monopolios dominan el mercado y la política, y los políticos mienten para ganar elecciones. Al asumir el poder, manipulan la información y condicionan la forma de pensar de los ciudadanos, minando su dignidad. Con promesas vacías y apodos como “chacalde”, logran incrustarse en el poder para nombrar a sus aliados en los puestos más privilegiados, traicionando el interés nacional.
En los últimos meses, el Ejecutivo ha designado a figuras cercanas de todos los partidos, generando dudas sobre la independencia real en el país. Además, envían como representantes del servicio exterior a personas sin conocimientos básicos de geografía, compostura ni pudor en eventos oficiales, reflejando la falta de profesionalismo y seriedad.
En su discurso inaugural, el expresidente de Estados Unidos, Donald J. Trump, aseguró que su país “tomaría el control” del Canal de Panamá. En redes sociales, algunos justificaron una posible intervención, argumentando que la Junta Directiva del Canal sigue en manos de las mismas élites y que los saqueos al país son interminables. Sin embargo, este sentimiento refleja un problema más profundo: la pérdida de cohesión social y de identidad nacional.
Trump insistió en que más de 30,000 estadounidenses murieron durante la construcción del Canal y calificó la influencia china en Panamá como una amenaza para Estados Unidos. Estas afirmaciones, además de ser falsas, son un insulto a la historia. No podemos olvidar que fue Estados Unidos quien promovió la llegada de trabajadores afroantillanos, chinos y de otras nacionalidades para completar esta obra monumental.
El Derecho Internacional es claro: los tratados que garantizan la soberanía panameña sobre el Canal deben cumplirse. Sin embargo, aliados regionales, como el presidente argentino Javier Milei, apoyaron las declaraciones de Trump y se negaron a respaldar un proyecto de la CELAC para defender la soberanía panameña. Este respaldo es especialmente irónico considerando la situación de las Islas Malvinas.
En Panamá, la corrupción, el nepotismo y la falta de justicia imparcial siguen debilitando las instituciones democráticas. Desde contrataciones amañadas hasta la austeridad impuesta a los ciudadanos comunes (pero no a los altos funcionarios), el país avanza hacia un oscurantismo político. Los líderes actuales, en lugar de priorizar el bienestar colectivo, buscan consolidar su supervivencia política.
El mayor riesgo para Panamá no es una invasión extranjera, sino el ascenso de políticos populistas que manipulan al electorado más vulnerable para escalar posiciones de poder. Quienes respaldan posturas que amenazan la integridad de nuestra patria no son más que traidores. Es necesario despertar conciencia, exigir justicia y buscar líderes verdaderamente comprometidos con el progreso y la dignidad nacional.
El autor es internacionalista.