A medida que se acercan las elecciones en Panamá, nos encontramos una vez más inmersos en una vorágine de fervor político, donde las batallas por el próximo “ídolo” que ocupará la presidencia dominan la escena. Desde tiempos inmemoriales, el fanatismo político ha permeado cada rincón del país, inundando calles, hogares, instituciones y empresas con un torrente de fervor partidista.
Sin embargo, ¿realmente esperamos que el próximo presidente nos devuelva el dinero, tome decisiones acertadas sobre la deuda, genere empleo, acabe con la crisis económica y ayude al pueblo? Es hora de reconocer que estas promesas son poco más que retórica vacía. La realidad es que muchos de los que claman por el cambio político lo hacen con la esperanza de obtener un puesto en el gobierno y beneficiarse de él. Son parásitos del sistema.
Quiero dirigirme a aquellos verdaderamente preocupados por el futuro del país, aunque seamos una minoría. No es el presidente quien lleva la carga del trabajo para resolver los problemas. Son unos pocos los que realmente trabajan en la administración, a menudo sin ser miembros del partido político en el poder.
Por lo tanto, es hora de cambiar nuestra perspectiva. El presidente no es un salvador ni un mesías, sino un empleado del pueblo que debe rendir cuentas. Debemos adoptar una mentalidad similar a la del economista y presidente de Argentina, Javier Milei: el presidente es un líder que debe responder ante la ciudadanía y cumplir con sus deberes como un empleado bien remunerado. Nosotros, como ciudadanos, debemos mantenerlo bajo escrutinio y exigir que cumpla con su deber.
Por otro lado, es crucial recordar que gran parte del problema reside en la Asamblea Nacional. Son ellos quienes detentan el poder para legislar, aprobar presupuestos y tomar decisiones cruciales que afectan al país. Es imperativo que limpiemos esta institución del cerdito y sus ratas, para permitir que individuos, como los independientes, asuman el trabajo que todos esperamos que se realice.
El cambio en el panorama político no se logra únicamente con el clásico ‘Voto Castigo’. Existe un profundo arraigo cultural y social que obstaculiza la remoción de los miembros incompetentes de la asamblea. Es crucial comenzar a dialogar sobre política y los políticos en los almuerzos y cenas familiares, así como impartir educación política imparcial en los centros educativos. Cada individuo debe asumir responsabilidad por sus acciones diarias, ya que el gobierno no está obligado a proveer todos nuestros deseos, desde el pavo y el jamón en Navidad hasta el “Bono Solidario”.
Culturalmente ya nos quedamos atrás. Hemos aceptado el juega vivo como parte de nuestra idiosincrasia. Nadie quiere poner el pecho para el primer impacto de hacer las cosas bien. Y adivinen, y espero que les quede claro: problemas como la Caja del Seguro Social son solo el principio. Porque si nadie pone el pecho, al final, a todos nos va a llegar el balazo.
El autor es miembro de la Fundación Libertad