E s penoso que un expresidente panameño esté detenido en el extranjero, y peor aún, por los norteamericanos. ¿Por qué lo dejaron ir tan rápido y fácilmente? ¿Acaso los panameños no podemos ordenar nuestros asuntos? Ya esto lo vivimos antes, y aunque esta vez no se trate de un dictador militar, tal parece que no han bastado tres décadas para que aprendamos a hacernos cargo de nuestras cosas (exceptuando, y a medias, el Canal). ¿Será que es el afán del inconsciente colectivo de “bomba y plena”, olvidar rápido, mantenernos ignorantes y depender siempre de un malo local o de un “buen” extranjero a quien achacarle nuestra “inconsciencia” e irresponsabilidad social?
Si la memoria no me falla, hace unos seis o siete años el entonces presidente dirigía con una actitud de confrontación generalizada hacia los gremios, medios, y algunos otros poderosos. Hay que tener los pantalones bien puestos, o la mente bien extraviada, para hacer algo así. Su actitud de choque iba desde confrontaciones furtivas por chat, pasando por auténticas “sacaderas de trapos” durante conferencias de prensa, palabras sucias en inglés, hasta su tradicional “babosada” que utilizaba frecuentemente como subterfugio en temas incómodos. Era sumamente desafiante, y caía con facilidad en el desparpajo chabacano. Semejante actitud solo podía mantenerla alguien con mucho poder o carácter. Incluso hasta llegó a comentar que le “tenía expedientes” a varias personas, asegurando que sería mucho más poderoso afuera que adentro del gobierno. Todo lo cual me recuerda mucho al exgeneral, y aquellas supuestas cajas que le quitaron los norteamericanos tras su captura.
Poco tiempo después de que perdiera las elecciones, se fue a refugiar en un nicho político que otrora llamó“cueva de ladrones”, para finalmente decantar en Estados Unidos. Desde entonces, muchos de sus allegados han pasado por el escrutinio de la justicia local; algunos casi forzados y otros voluntariamente.
Pero el expresidente se fue muy rápido del país y no regresó más... ¿Entonces, a dónde quedó todo lo que decía? ¿Será que si se defiende en pleno litigio exponiendo alguno de sus “expedientes” podría confirmar de facto los pinchazos?
Peor aún, fuera del poder gubernamental, el alcance de su ataque también habría de reducirse considerablemente. ¿Pero, y qué con su onerosa defensa, con tantos y tan buenos abogados? En un país en el que la justicia ancestralmente se ha escondido tras una enorme caja registradora, ningún sujeto de gran billetera debería temerle.
¿Por qué bordear peligrosamente la justicia extranjera en lugar de regresar a Panamá? Acá por lo menos la fianza se la hubieran dado, y muy seguramente en menos de 7 millones de dólares, luego país por cárcel. Su temor por regresar a Panamá ya parece más un terror infantil que la imposición de malos asesores. En honor al sentido común, un hombre con su talante no debería tener miedo a filtrarse por el corroído tamiz del escrutinio público-legal panameño. Entonces, ¿cuál es el miedo?