Como un apéndice. Genuflexo, arrinconado y en estado de postración. Sin una brújula ni un norte. Perdido entre el beneplácito del desarrollosismo intimidante y el capital que busca ganancias a cualquier precio. Perdido. Esperando lo que diga Metas o Energía.
Que con sus secretarías tienen más mando que los ministerios de Ambiente y de Agricultura juntos.
Con la probabilidad de hablar en el Gabinete pero sin un plan, que las agendas ambientales son demasiado verdes y solo sirven en campaña... Y por imagen un breve tiempo.
Que no importa cuántas alianzas, acuerdos o tratados tengamos o firmemos, si nos mantenemos en silencio por las tucas de los diputados conocidos o las tierras que nunca debieron darse en San San Pond Sak, La Amistad, o las tierras holandesas en Donoso. Todo evidente y publicado. Nada investigado y menos condenado. Pero celebremos que hay ministerio, las más pírricas de las victorias ambientales. Total, si los ríos fueron parcelados y privatizados en nombre del sagrado desarrollo y crecimiento económico, que se prohíba sacarle provecho a la luz del sol o a los vientos solo es un asunto de semántica. No importan las joyas que se pierdan ni la biodiversidad jamás recuperada, pues un bledo valen los arrecifes de Bocas ante el turismo y la inversión, ya que si se puso en jaque a Coiba, que era la joya de la corona, es juego de niños volarse al resto de las áreas, ahora más desprotegidas que nunca.
Mas tendremos fotos, y a granel, que los ecosistemas caen aullando entre el olor a gasolina de la motosierra y la desesperación de los animales que ya no tienen a donde ir. Pero sembraremos arbolillos, por millares, enjutos y abandonados como toda obra gubernamental, perdidos entre las arrieras y el monte.
Y ese ambiente que nos cubre a todos, incluso cuando permanecemos refrigeradamente encerrados, nos ha de llamar a cuentas, tarde o temprano, a todos. Por lo que más allá de la mera dirección, instituto, autoridad o ministerio de turno, en algún momento tendremos que cuestionarnos entre la contradicción de nuestro desarrollo, que apoyado en la razón del poder, económica-técnica y política, nos lleva a la destrucción de Gaia. Al final, como tema central todavía no abordado y políticamente incorrecto solo de mencionarlo, será el entender y aceptar que el deterioro ecológico no se puede frenar sin limitar el crecimiento cuantitativo que nuestro país subdesarrollado lleva; aceptando que el simple aumento de una estructura sin la mejora en la especialización de la misma (calidad de vida humana desde lo individual hasta lo colectivo), al igual que en cualquier organismo donde sus partes crecen sin control, no es más que una virulenta metástasis. Por lo que girar el rumbo no es solo una alternativa posible, sino urgente.
El autor es biólogo