Recuerdo una tira cómica de Olafo el Amargado, en un periódico de los 80, donde el gruñón vikingo decía, levantando la espada o la jarra de cerveza: “Aquí pueden pensar lo que quieran, siempre y cuando piensen como yo”. En plena dictadura era todo un desafío contra el sistema y alguno tuvo que exiliarse (no es cómica) por decir lo contrario al pensamiento único de aquellos días.
Pero hoy, en plena democracia, tantas veces reflejo sin verde oliva de las viejas dictaduras, vemos cómo los políticos se revuelven contra la opinión pública, utilizando viejas artes inquisitoriales, presionando, mandando a callar, cuestionando sin fundamento más que su propio interés.
Hemos visto por las redes la petición de cierto lector tras las rejas, que no quiere oír opiniones ¿infundadas? en su contra, o escuchando a diputadas mártires que piden al Tribunal Electoral que acallen el ruido de la calle que pide la no reelección de ningún cargo público, o a aquel político treintañero (de político, no de edad), amenazando con denuncias que no lleva a cabo porque sabe que lo que le dicen es verdad.
Son las mismas inquisiciones, es la vieja amargura de Olafo, abierto a la libertad de expresión, siempre y cuando todos se expresen como él piensa y, si no, a callarse todo el mundo. Siguen cumpliendo las famosas tres “P” que se hicieron famosas en los últimos años 80 (plata, palo y plomo), y que se siguen ejerciendo vestidas de democracia.
El pensamiento único destruye democracias más rápido que la economía. El integrismo ideológico ciega el criterio y aguza la bajeza. El victimismo y el inmovilismo en política destruyen el progreso. Mientras sigamos haciendo política virtual y votando a viejas y nuevas desgracias de la política, seguiremos en lo mismo. Las redes dan la sensación a políticos y votantes de que están haciendo algo, pero no es cierto: es una trampa para que las cosas sigan igual que una foto de perfil falsa.
El autor es escritor