Acabamos de celebrar el XVI Congreso Nacional de Ciencia y Tecnología, convocado por la Asociación Panameña para el Avance de la Ciencia (Apanac). Estupenda organización, adecuada estructuración temática y notable participación de conferencistas nacionales e internacionales. El Comité Organizador, presidido por el Dr. José Eduardo Calzada, se lució. Se respiró ciencia de primera calidad. Una impresionante cantidad de trabajos de investigación, realizados en nuestro país, deleitó al público asistente. Se discutieron proyectos ejecutados por científicos de Indicasat, Instituto Conmemorativo Gorgas, universidades, ministerios, hospitales y entidades académicas diversas, bajo el financiamiento de Senacyt, MEF, fundaciones filantrópicas, NIH, compañías privadas, empresarios altruistas y fondos propios. La conferencia inaugural titulada “Dimensión social de la Innovación” fue dictada por José Miguel Benavente, doctor en economía, egresado de la Universidad de Oxford, jefe de la División de Competitividad e Innovación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
En este magno evento se hizo hincapié en los retos que enfrenta la comunidad científica para que el avance de la ciencia contribuya a tener una sociedad más equitativa. Se recalcó la necesidad del conocimiento para asegurar un desarrollo sostenible, donde el pensamiento crítico y el método científico de indagación permitan conocer de forma más objetiva las realidades de nuestra sociedad. Los doctores Rolando Gittens (Young Investigator Award), Ángel Javier Vega (Excelencia en Investigación 2016) y Rodrigo Eisenmann (Ciencia 2016), fueron premiados por su creatividad, productividad y trayectoria en el campo de la ciencia nacional.
Pude disfrutar de algunas actividades relevantes de investigación médica. Quedé gratamente impresionado en el simposio sobre la enfermedad de Alzheimer, donde se mostraron hallazgos fascinantes generados por la Unidad de Neurociencias de Indicasat, bajo la dirección de la Dra. Gabrielle Britton. Este departamento elabora ensayos básicos y clínicos que exploran la interacción de los procesos cognitivos y fisiológicos en los trastornos de la memoria, con la finalidad de identificar biomarcadores de envejecimiento que faciliten el diagnóstico precoz de la demencia. El grupo estudia el deterioro cognitivo relacionado con la edad, incluyendo su progresión a la enfermedad de Alzheimer, como parte de una iniciativa denominada Panama Aging Research Initiative, encaminada a fomentar la investigación sobre la salud mental en adultos mayores.
El simposio sobre toxoplasmosis fue armado por la abogada Mariangela Soberon, una inquieta humanista decidida a lograr que todos los bebés panameños tengan acceso a la mejor prevención y tratamiento de la toxoplasmosis congénita. En un estudio reciente, pudimos demostrar que un mínimo de 60-70 infantes nacen anualmente con este padecimiento, pero solo 2-3 casos se registran en las estadísticas del Minsa. Sin reconocimiento temprano y manejo oportuno, muchos de estos niños quedan con secuelas neurológicas y visuales permanentes. El evento contó con la asistencia de renombrados expertos de Estados Unidos y Francia, quienes se comprometieron a colaborar en un proyecto conjunto de investigación entre Indicasat, el Hospital Santo Tomás, el Hospital del Niño, la Universidad de Chicago y el Centro de Referencia de Palo Alto en California.
El Dr. Néstor Sosa describió la singular epidemia de influenza A-H1N1 que padecimos recientemente, haciendo uso de los datos virológicos obtenidos por el equipo de investigadores del Instituto Conmemorativo Gorgas. Esa experiencia nos deja un legado de valiosa información técnica que puede ser útil para diseñar estrategias epidemiológicas y preventivas futuras. Una actividad que no podía faltar fue el simposio de Bioética, este año titulado “Los servicios de salud: entre lo científico y lo humano”, magistralmente moderado por la abogada-eticista, Dra. Ana Sánchez. Hubo interesantes pláticas de los doctores Luis Picard-Amí, Aida Libia de Rivera, Enrique Alemán y de la exdiputada Teresita de Arias, quien fue la promotora de la Ley 68 sobre los derechos de los pacientes.
Las últimas dos décadas han propiciado una explosión vigorosa de la ciencia panameña. La creación de la Ciudad del Saber en 1995, sin duda, fue una idea visionaria de un grupo de científicos y empresarios nacionales, facilitada por la voluntad política del gobierno de Pérez Balladares, quienes plantearon la importancia que tendría para el país dedicar parte del área revertida para fomentar el desarrollo humano a través del conocimiento. En este lugar, existe una densidad inusual de empresas innovadoras, instituciones académicas y entidades de investigación, que incentivan una comunidad intelectual y exitosa. Senacyt e Indicasat se han constituido en pilares para la consolidación de la investigación científica en territorio istmeño.
La ciencia básica y la ciencia clínica habían estado notoriamente distanciadas. Los científicos de laboratorio y los investigadores clínicos ni siquiera se conocían. Estamos viviendo actualmente un modelo “traslacional”, fenómeno que favorece que lo hallado en el ambiente experimental sea utilizado directamente para el beneficio del ser humano. La posibilidad de que una molécula descubierta localmente pueda ser traducida en eficaz terapia farmacológica para combatir nuestras propias enfermedades, es un sueño cada vez más cercano. No obstante, hay peligros a la vista. Se está diseñando un proyecto de Ley de Investigación, que podría quitarle competencias a las instituciones científicas y a los comités de ética, duplicando regulaciones, agregando burocracias y ralentizando ejecuciones. Todos los que trabajamos en este campo debemos vigilar que la necesaria reglamentación no se convierta en estancamiento o retroceso de la ciencia panameña. Porque un país sin ciencia se excluye de las naciones capaces de elegir su propio destino. @xsaezll