“Ustedes son débiles.” “Este es un trabajo de hombres.” “No me van a poder cargar.” “No van a poder conmigo.” “Me van a dejar caer.” “No puedes manejar ese vehículo.” “¿Por qué no nos mandan hombres? Ellos sí pueden.” Durante décadas, estas frases han sido lanzadas como dardos para minimizar la capacidad de la mujer en el mundo de las emergencias médicas prehospitalarias. Palabras que intentaban relegarnos a un papel secundario, como si los estudios, el compromiso, el coraje y la vocación de servicio tuvieran género. Sin embargo, sin pedir permiso ni esperar la aprobación de nadie, enfrentamos al escepticismo con hechos, demostrando que la fuerza no se mide en músculos, aunque sean necesarios en nuestras labores, es el temple, preparación y la determinación inquebrantable de salvar vidas, lo que nos motiva.
Una historia macabra de las profesiones de la salud y el género es que durante el siglo XVII y con el desarrollo de las profesiones, el ejercicio de la medicina quedó bajo el imperio de la regulación masculina. A las mujeres se les permitía cuidar a los enfermos en el ámbito familiar, en el hospital o en la cárcel siempre que lo hicieran con subordinación, obediencia y sin remuneración.
Lo que avanzó la medicina doméstica del siglo XVI y comienzos del XVII se perdió cuando los hombres doctores tacharon a las prácticas por ellas ejercidas de hechiceras o supercherías. Tuvieron que pasar siglos para que la mujer obtuviera pleno acceso legal al ejercicio de la medicina (Rodríguez y Rodríguez 2006). La razón y la cultura se asociaban a los hombres, mientras que a las mujeres se reservaba la emoción y la naturaleza (Rodríguez, 2006). Y ello, se debió únicamente a su condición de mujeres.
La experiencia personal de un profesional en urgencias médicas refleja lo complicado que fue al inicio de su vida laboral: “Al principio, nuestros colegas nos veían como débiles o solo como importantes al ser parejas, y no como iguales profesionalmente. A pesar de ello, demostramos nuestro valor diariamente. Levantábamos camillas, con la técnica apropiada transportábamos pacientes de gran peso, realizábamos intervenciones en emergencias complejas combinando el uso correcto de equipos que ayudan al diagnóstico o tratamiento, dábamos la dosis de medicamentos necesarios para revertir la condición de salud que enfrentaban, lidiábamos con situaciones difíciles, rechazando la ayuda de hombres que subestimaban nuestras capacidades. Con el tiempo, esa percepción cambió; ya no recibimos “ayuda”, realizamos un trabajo en equipo, en iguales condiciones de respeto y responsabilidad.
A medida que más mujeres se unieron al equipo, nos enfrentamos a desafíos, pero trabajamos el doble para ganar el respeto que merecíamos”. Al conmemorar el Día Internacional de la Mujer, no solo recordamos los logros ni las historias macabras, sino que reivindicamos la historia de la medicina prehospitalaria. Desde luego, recordamos a las primeras que se atrevieron a desafiar los estereotipos hasta las que hoy siguen abriendo caminos para futuras generaciones.
Con el paso de los años, las mujeres han tomado la antorcha, y una de ellas fue Lady Matilde de Obarrio de Mallet, quien, desde la Cruz Roja Nacional de Panamá, promovió el voluntariado y la capacitación en primeros auxilios, dejando claro que el servicio a los demás no tenía distinciones de género. Más tarde, la enfermera, Susan Cain se convirtió en Técnico en Emergencias Médicas en 1977 en la Zona del Canal, dedicando su vida a la educación y la formación de nuevos profesionales.
Su conocimiento y pasión fueron claves para el desarrollo de los servicios prehospitalarios en Panamá, estableciendo un estándar de excelencia en la enseñanza de reanimación cardiopulmonar.
En 1983, Caridad Muñiz marcó un hito al convertirse en la primera mujer en Panamá en obtener el título de Técnico en Urgencias Médicas. Su logro fue más que un reconocimiento personal; fue una declaración de principios. Con su esfuerzo, rompió barreras y abrió un camino para que muchos de nosotros pudiéramos ingresar y destacarnos en un ámbito que, hasta entonces, parecía vedado. A pesar de ello, el camino hacia la equidad aún no ha terminado.
Si bien las mujeres hemos demostrado capacidad una y otra vez, todavía enfrentamos desafíos. Por lo tanto, hoy no solo recordamos a las pioneras, sino que hacemos un llamado a la acción, a las que somos actuales protagonistas, a valorarnos, esforzarnos y apoyar a cada mujer que entrega su vida al servicio de los demás. A erradicar los prejuicios que aún persisten en el camino.
A construir un futuro donde las mujeres en emergencias médicas prehospitalarias no tengan que demostrar su valía una y otra vez, sino que seamos reconocidas por lo que siempre hemos sido: Profesionales a carta cabal. “Gracias”. Gracias por desafiar los límites, Gracias por salvar vidas,
Gracias por recordarnos que en las emergencias no hay géneros, solo humanidad y profesionalismo. ¡Que viva el Día Internacional de la Mujer! ¡Que viva la Mujer en Emergencias Prehospitalarias! ¡Un abrazo fuerte a las mujeres en SUME y a todas en el mundo de las ambulancias!
La autora es directora de Operaciones y Comunicaciones SUME Prehospitalario.