Municipios, anarquía y calidad de vida



Se dice que Don Quijote de la Mancha expresó a Sancho Panza: “Deja que los perros ladren, es señal de que avanzamos.” que es en realidad una metáfora que ilustra que los cambios y acciones importantes suelen generar oposición. Esta idea se refleja en los intentos de poner orden en muchas municipalidades atrapadas en una espiral de desorden que ha persistido durante décadas.

En estas localidades, el desorden no es algo nuevo; ha crecido a lo largo del tiempo, transformándose en un problema estructural. Intentar imponer orden enfrenta resistencia porque desafía un status quo que se ha normalizado. Sin embargo, esta resistencia no debería ser excusa para ignorar el impacto de la anarquía en la calidad de vida de los ciudadanos.

La falta de orden se evidencia en conductas cotidianas y reprochables como las apropiaciones indebidas de espacios públicos, la acumulación de escombros en áreas comunes y los vertidos de aguas residuales en ríos y quebradas. Estas acciones no solo afectan el medio ambiente, sino que también revelan una preocupante falta de conciencia social y ambiental. Cada uno busca su beneficio personal sin considerar el daño colectivo, debilitando las bases de una convivencia sana.

Lo que debería ser excepcional se ha convertido en algo común como parques usados como basureros, calles bloqueadas por eventos no regulados y áreas verdes invadidas para uso privado. Estos problemas, sumados al ruido excesivo y la falta de control, han creado un ambiente poco propicio para el desarrollo comunitario sostenible. El panorama es alarmante, pero no irreversible.

Aunque es fácil culpar a los ciudadanos, gran parte del problema se origina en la ausencia de planificación y la desidia de las autoridades locales y nacionales. Décadas de improvisación, falta de políticas coherentes y una infraestructura insuficiente han contribuido al caos actual. La expansión urbana descontrolada, combinada con una gestión ineficiente, ha dejado a muchas municipalidades en una situación crítica.

A pesar de este panorama, hay razones para ser optimistas. Las medidas regulatorias, aunque controvertidas, son un paso necesario para abordar este desorden. La impunidad por el abuso tampoco es una opción. Sin embargo, estas acciones deben formar parte de un enfoque más integral y gradual, que no se limite a imponer normas, sino que fomente una cultura de responsabilidad y respeto. Solo con educación y concienciación se pueden lograr cambios sostenibles.

La educación es clave para este proceso. Hay que sumar aliados sociales diversos. Si no inculcamos valores como el respeto y el cuidado del entorno, los problemas actuales persistirán en el futuro. La combinación de programas comunitarios y formación formal puede sentar las bases para una sociedad más ordenada y comprometida. Cambiar la mentalidad colectiva es tan importante como implementar leyes.

Este desafío no es exclusivo de una región; es un reflejo de problemas presentes en todo el país. La improvisación y la falta de visión han prevalecido durante demasiado tiempo, pero este enfoque debe cambiar. Más que buscar culpables, es momento de asumir la responsabilidad de construir un futuro mejor.

No debe normalizarse el caos. Lo que debe prevalecer es el respeto, el orden y la urbanidad, valores esenciales para garantizar una calidad de vida digna. Las municipalidades actuales son un espejo de lo que ocurre cuando se permite que la anarquía prevalezca.

La convivencia no es un lujo, sino el fundamento de la calidad de vida de cualquier sociedad sostenible. Solo a través de un esfuerzo conjunto entre autoridades y ciudadanos podremos aspirar a comunidades más ordenadas, solidarias y sostenibles en todo el sentido de la palabra.

El autor es biólogo y presidente de Proyecto Primates Panamá.


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