“Ya ves, viajero, está su puerta abierta, / todo el país es una inmensa casa. /No, no te equivocaste de aeropuerto:/ entrá nomás, estás en Nicaragua”. Con estos versos, Julio Cortázar cierra su hermoso poema, Noticia para viajeros, que abre el libro Nicaragua, tan violentamente dulce (1983), su crónica lúcida sobre la libertad conquistada por el pueblo nicaragüense y su defensa.
Casi cuarenta años después, volvemos a estar como al principio de aquella lucha: un dictador vive en la “inmensa casa”, se la ha tomado, y la libertad ha volado por los aires y se ha encarcelado, exiliado y silenciado a aquellos que pretenden decir que lo que ocurre en Nicaragua es un atropello a la democracia.
Delante de Daniel Ortega, Cortázar dijo, al recibir de sus manos la Orden Rubén Darío, estas diagnósticas palabras: “No olvido a aquel jerarca nazi de los años treinta, no sé sí Goering o Goebbels, que dijo: «Cuando oigo hablar de la cultura, saco la pistola». La amenaza no era gratuita, porque cuando una cultura es como la que está creando y viviendo el pueblo de Nicaragua, esa cultura es revolucionaria y resulta inevitable que frente a ella se alcen una vez más las pistolas de quienes buscan esclavos, colonos o lacayos a quienes imponer la ley del amo”.
El dictador, ha cerrado la Academia Nicaragüense de la Lengua bajo absurdos pretextos. El diagnóstico de Cortázar es preciso: ante la cultura y el libre pensamiento que esta persigue, las pistolas se alzan para imponer un silencio esclavista. Un pueblo mudo y sin criterio es un pueblo moldeable, el sueño de todo dictador, sea verde oliva o de pretendida “democracia” con aires de cambio y colores pastel.
Toda nuestra solidaridad con los hermanos nicaragüenses. Como nos recordaba mi amigo Carlos Fong en un reciente artículo, toca gritar, parafraseando el soneo de Rubén Blades: “¡Nicaragua sin Ortega!”, da igual si eres de derecha o de izquierda: todas las dictaduras, todas, son malas.
El autor es escritor