Recientemente tuve la oportunidad de participar en la celebración de la fiesta de Navidad en una escuela pública ubicada en el corregimiento de Burunga, distrito de Arraiján, con más de 300 niños, administrativos y un pequeño número de padres y madres que esperaron pacientemente mientras se llevaba a cabo la prolongada actividad, en un caluroso día de finales de año.
Como es común, los niños corrían, gritaban y jugaban bajo el fuerte sol del medio día al parecer sin ningún tipo de afectación; yo, para ese momento, estaba ocupado ayudando a armar las bolsas con los artículos que fueron donados por diversas empresas de la localidad. Uno de ellos, que, aunque nos puede parecer muy básico, resultó ser a los pocos minutos, el artículo más demandado de todos, el agua embotellada.
Sin lugar a dudas, las reservas de agua potable en el área de Burunga, al igual que de muchas barriadas al margen de las grandes ciudades a nivel nacional, padecen de una gran escasez de agua; las entregas del vital líquido se llevan a través de camiones cisterna que surten la falta con alguna frecuencia y seguro con gran deficiencia. Sin embargo, lo que más me impresionó, esa tarde de entrada del verano, fue el impacto del calor en los niños.
Una de las labores que se me fueron encomendadas fue la de cuidar las reservas de agua de los organizadores del evento; sentarme sobre la hielera y evitar a toda costa que las botellitas de agua, especialmente las más frías, desaparecieran. Pero la sed de los niños estaba a otro nivel. Personalmente me sentía con algo de sed, pero a los niños se les veía que, por su propia condición, la sed les ganaba. Para evitar entregarles botellas de agua a todos, ya que no alcanzarían, me di a la labor de ofrecerles un trago largo a cada uno y en varias ocasiones, para calmar su sed momentáneamente. Sin embargo, el sol abrazador se hacía sentir en los cuerpos de estas pequeñas personas.
Lo que puedo predecir a la luz, o, mejor dicho, al calor de los próximos meses, es el gran impacto en la salud que tendrán en los niños e igualmente en los adultos mayores, la falta de agua, especialmente en comunidades con una gran población de estos grupos considerados como los más vulnerables a las altas temperaturas.
La carencia en la entrega eficiente del recurso agua, las inadecuadas condiciones de vivienda, sus calles maltrechas y empinadas, las largas distancias a tiendas de suministros y principalmente la falta de una política pública municipal y nacional para reducir el impacto del cambio climático y el aumento de la temperatura, son condiciones que afectan principalmente a los grupos más vulnerables. Aquí hay mucho que planificar y ejecutar antes que lleguen los meses más calurosos del año.
Con todo el tiempo que estuvimos en este entorno escolar y sentado sobre la hielera, me pude percatar del trato hostil, abusivo y carente de amor entre los estudiantes. Los empujones, golpes, manoteos, palabras soeces, maleantería, bulling y un sinnúmero de actos agresivos, eran la norma de conducta entre los jóvenes estudiantes que no pasaban de los 12 años. No quiero imaginar el comportamiento de sus padres, vecinos y/o hermanos mayores, atrapados en un círculo destructivo de pandillerismo, drogadicción, alcoholismo, falta de uno o ambos roles familiares, educación sin valores en casa, peleas, balaceras, encarcelados, muertos y sobre todo la falta de oportunidades para el estudio y un trabajo digno. Un ambiente que invita a ser el más fuerte, el más malo, el más duro, el más rudo.
El amor, el trato cariñoso, el respeto del uno por el otro, la paz y la convivencia pacífica eran muestras escasas. Algo que nos debería invitar a pensar y actuar en el tipo de país que estamos construyendo para nuestros niños y jóvenes; un país de barriadas donde es imposible aplacar, por igual, la falta de paz, amor y agua.
El autor es ecologista

