La democracia es un sistema que se apoya en el poder del pueblo, aunque no siempre es así, cuando nuestros elegidos, generalmente, hacen lo que quieren, sin consultas, ni nada parecido y sus objetivos son contrarios a los beneficios de las mayorías. Salen con sus bolsillos llenos, sin que nadie los juzgue por sus actividades y se la pasan haciendo leyes chatarras, que no justifican sus salarios, ni benefician al país. Nuestros diputados se han vuelto expertos en nombrar familiares, cambiar nombres de calles, acabar con los fondos de las instituciones, dar auxilios económicos a los que más recursos tienen, no transforman lo que se requiere cambiar y no mejoran la vida de los panameños. Continúan con un sistema electoral, sin igualdad de derechos, trasladan fondos que nadie sabe dónde terminan, aumentan corregimientos y no aprueban leyes anticorrupción. Son los mismos pero peor que antes.
La democracia se ha convertido en un monstruo en las últimas tres décadas, siendo un sistema disfuncional, para favorecer a los allegados al poder. Los partidos políticos han sido los instrumentos para crear un clientelismo que los ayuda a mantenerse en el poder, a través de supuestas ayudas, convertido en pan para hoy y hambre para mañana, con subsidios que obstaculizan el crecimiento de muchos hogares.
Usan a la democracia como una pantomima de un grupo que llega al poder, para desmejorar el futuro, distorsionando las necesidades que acontecen de un país.
El sistema electoral reconoce a candidatos con un porcentaje que apenas llega a un 35%, con un método de residuos para elegir a diputados que no representan porcentajes significativos, por encima de otros participantes con más votos individuales.
Las elecciones se han convertido en concursos de “quien da más” con discursos, para inscribirlos en el partido, para “dar like” a cualquier cosa que escriba en sus redes o negativo a quienes los critican. Paralizan el futuro de su gente por unos “cuantos dólares” y no hacemos un balance del futuro que nos espera, con los endeudamientos, la escasez de insumos, el deterioro de los servicios estatales y nuestra educación, entre otros puntos.
Los corruptos han ganado terreno en la política, al ser percibido, en algunos sectores de la población, como “salvadores” de sus vidas, con fondos de las instituciones, que incluyen en los presupuestos para servicios de la comunidad y disque dándole un empleo provisional durante las campañas, que a la vuelta de la esquina, los abandonan con falsas esperanzas. Al cabo de los 5 años de su periodo, se postulan nuevamente para repetir con la misma canción y unos se mantienen y otros los desaparecen pero al rato, quieren volver, diciendo que van a construir el futuro del país, cambiando sus look y su forma de caminar y en otros casos, reemplazados por su prole, como un negocio familiar y anunciándolo como lo más sencillo y sus genes de viveza, son los mejores para repartirse el poder.
Este 5 de mayo, tenemos la oportunidad de hacer ajustes y elegir candidatos que tengan mejor desempeño y exigirles transformar el país, reduciendo la corrupción y castigar a “más de lo mismo”, donde no debe ser obligatorio pertenecer al partido gobernante para recibir beneficios o la influencia de un padrino político que lo “acomoda” en el gobierno.
Tenemos que crear conciencia de elegir un gobierno responsable, que prevalezcan los valores de mejorar el país y castigar la descomposición que nos ha dejado sin nada y cuesta creer que nuestras autoridades electorales, aprueben, que un fugitivo, exiliado en una embajada, salga en comerciales de campaña, como si fuera el héroe, por “acabar con el país”, lleno de escándalos de corrupción con su equipo, recibiendo coimas y condenas por lavado y no hagan nada. La primera vez nos engañan pero la siguiente si votamos por ellos, somos su cómplice.
El autor es magister en salud pública.