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Nuestro lugar en la democracia

Hace unos meses, asistí a un encuentro con un alto cargo de la universidad en la que me gradué, donde se exponían estadísticas sobre los estudiantes de ingreso y sus probabilidades de concluir las carreras para las que se matriculan inicialmente.

Aproveché para preguntar cuáles son las cualidades extracurriculares deseables que busca nuestra universidad hoy día en los estudiantes de primer ingreso y la respuesta me sorprendió positivamente: se buscan estudiantes que participen en actividades de su comunidad. Me pareció genial, esto es precisamente lo que más falta hace en nuestro país, ciudadanos que participen de nuestra democracia.

Un breve repaso de la palabra democracia nos ofrece dos definiciones clásicas.

Platón la consideraba el “gobierno de la multitud” y Aristóteles, el “gobierno de los más”. Y pienso que ninguno de los dos encontraría un ejemplo en nuestro sistema, donde el soberano visita las urnas apenas una vez cada cinco años para castigar al gobierno de turno o apoyar al flautista del momento, y el resto del tiempo observa pasivamente mientras un pequeño grupo decide el rumbo que tomará nuestro país.

De hecho, me encantaría conocer qué porcentaje de nosotros se involucra en asuntos de su comunidad. Todos vivimos en comunidad, sea en un edificio o en una casa que forma parte de una barriada. ¿Cuántos de nosotros invertimos nuestro tiempo libre para administrar la asociación que representa a nuestra comunidad?

Créame, lector, que si usted responde que no tiene tiempo, tampoco lo tiene quien sí lo hace; la diferencia está en que hay quienes deciden encontrar el tiempo para involucrarse, mientras el resto criticamos lo que está mal, pero no hacemos nada al respecto.

Pasemos del micro al macro… Una encuesta reciente revela que cerca de tres cuartas partes de una muestra rechaza la minería a cielo abierto en Panamá.

¿Cuántas de esas personas interrumpen sus rutinas para asistir a las convocatorias de protesta? Recientemente, en mi oficina, escuché las siguientes reacciones entre personas educadas de clase media y media alta sobre la participación ciudadana en protestas de rechazo al contrato minero: una cuestionó los resultados que podríamos lograr, cuando el contrato ya había sido firmado; la otra aseguró que nunca pretende participar de estos eventos, porque para eso cuenta con que personas como yo lo hagamos. Nuestra realidad es que “la multitud” o “los más” son los que encuentran pretextos para no participar en actos cívicos en defensa de nuestros derechos, los que pagan impuestos sin exigir rendición de cuentas; los que en lugar de informarse camino al trabajo con noticias de actualidad, escuchan plena y chismes de farándula; los que repiten algo que han escuchado por ahí sin informarse del todo; los que buscan un puesto en el gobierno para un sobrino recién graduado y ofrecen los votos de toda una familia a cambio.

Nadie nos enseñó a ser ciudadanos y menos a las generaciones que se gradúan hoy día, cuando cívica es una materia en peligro de extinción. Nos toca educarnos nosotros mismos, y un buen comienzo sería reconocer cuánto nos necesita nuestra democracia. La presión de la sociedad civil, recientemente, logró que el gobierno retirara un proyecto para derogar la Ley de Transparencia. Ya esto debe ser suficiente para demostrar que nuestra participación es importante como voces de protesta. De hecho, en Chiriquí, alguien que leyó mi artículo sobre el sendero El Pianista me recordó que la presión ciudadana detuvo la destrucción del sendero Los Quetzales hace unos 20 años, cuando la presidente de turno pretendía conectar Cerro Punta y Boquete a través de una carretera. Y fue por presión ciudadana que la Asamblea devolvió, como una papa caliente, al Ejecutivo la ley del contrato minero; misma que regresó con un par de curitas y hoy es ley de laRepública. Si no interrumpimos nuestras rutinas de la casa al trabajo, al partido de futbol, a la casa y repetir, los pocos que toman decisiones no sabrán que no estamos de acuerdo con sus acciones y seguirán enrumbando nuestra nación hacia el despeñadero.

¡Panameño: infórmate, entérate, involúcrate!

La autora es ingeniera



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