Los que disfrutamos la ciudad de Panamá en las décadas de los años 50 y 60 acompañados de 150 mil conciudadanos, no conocimos apagones de luz ni falta de agua, ni torcíamos la nuca para ver el tope de edificios locos que brotaron sin son ni ton donde jamás debieron estar, reemplazando miles de árboles, amigos verdes que saturaban de oxígeno el ambiente, y creando con sus moles de cemento barreras a las brisas frescas y a la sedante vista del mar.
Nosotros, los de entonces, podíamos llegar de un lugar a otro en menos de 15 minutos sin la dantesca saturación de autos que ruedan en simulacros de vías, y podíamos visitar con tranquilidad cualquier sitio, a cualquier hora, volviendo a casa ilesos y con nuestras carteras.
La paradisiaca ciudad tropical con su exclamación de palmeras se perdió, no por el crecimiento poblacional y urbano, fenómenos globales bien manejados en muchas ciudades, sino por la incompetencia con frecuencia dolosa de numerosos inquilinos del Palacio de las Garzas, sus ministros y asesores. Como la avaricia es miope, no pudieron ver que un entorno apacible y seguro, y más tiempo personal, valen más que el oro.
En esa añorada quimera había tiempo para volver a casa a la hora de almorzar; las noches eran de descanso sin el sobresalto de autos de carrera y motocicletas, ni fiestas escandalosas en el propio vecindario, esos jolgorios desorbitados que explotan los tímpanos hasta horas de la madrugada.
Rescatar para los sufridos, agotados, insomnes panameños calidad de vida no requiere tantas cosas ni es imposible en un territorio pequeño, con población todavía reducida y mucha riqueza. De hecho, consiste en la suma de elementos críticos que deben estar en el primer renglón del programa de gobierno de todos los candidatos, con la clara intención, no sólo de soluciones pragmáticas, sino para que seamos una nación más feliz y más saludable.
Servicios públicos eficientes, seguridad, salubridad ambiental y hospitalaria, infraestructura acorde al crecimiento urbano e instituciones al servicio de los habitantes.
Quien, habiéndose postulado, no entienda lo importante que es vivir en armonía con el entorno y tener nuestras necesidades atendidas sin desgaste extremo y crónico, no merece ganar, porque nos dejará nuevamente frustrados y sufriendo.
La autora es escritora