Hoy sería el cumpleaños de mi padre, quien desde niño me llevó en sus viajes desde el más pequeño de nuestros pueblos hasta las capitales extranjeras. Esas aventuras fortalecieron mis raíces y me enseñaron que los privilegios individuales conllevan responsabilidades, que en mi caso, me llevan a contribuir a Panamá.
Desde 2008, los hermanos Julia y Carlos Mayo, colonenses, arqueólogos de impecable trayectoria, vienen investigando con rigurosidad académica la necrópolis de El Caño, en Coclé. Trabajan por el país que aman, al cual han dedicado sus vidas. Esa pasión por rescatar y difundir nuestras raíces atrajo a varias personas a formar pro bono la Fundación El Caño, organizada legalmente para apoyar las tareas establecidas por los acuerdos suscritos con el INAC. Nuestra tarea ni sustituye ni comparte la autoridad que nuestras leyes dan al INAC, y nada se ha hecho sin que cuente primero con las autorizaciones de esa institución. Es un modelo digno de imitarse. Más que brillar en un museo, buscamos encender luces en el interior de todos los panameños, lo que se logra al comprender cómo es suya una cultura seminal para nuestra identidad nacional.
Mientras Panamá no cuente con museos apropiados, las riquezas de El Caño seguirán resguardadas en bóvedas bajo custodia del INAC como siempre ha sido. Mientras tanto, para el aprovechamiento de todos, divulgamos en la web (http://www.fundacionelcano.org/) la historia que nos revelan las riquezas materiales de nuestro pueblo ancestral. No es un capricho de pocos o negligencia de funcionarios del INAC, cuya misión, desde hace décadas, es frustrada por presupuestos de tal mezquindad que mantienen nuestros museos cerrados e impiden hasta el más modesto esfuerzo por divulgar nuestra herencia cultural. Es un tema de pobre prioridad política y miope visión de país, características que no he visto variar significativamente ni en los gobiernos ni en nuestra población, aunque no por eso debemos darnos por vencidos.
En Panamá, ha sido el voluntariado ciudadano lo que ha cuidado y promovido la cultura. Al igual que sucede con otros esfuerzos que promueven cambios necesarios para lograr nuestro potencial como país, hay pocos recursos y se trabaja aisladamente. De allí que es desafortunado que haya panameños salpicando con suspicacias infundadas los esfuerzos de las dos más recientes administraciones del INAC para lograr leyes que establecieran patronatos para rescatar el Teatro Nacional y el Museo Reina Torres de Araúz, cerrados gracias a la ausencia perpetua de políticas públicas para el fomento de la cultura. Suficiente daño causan quienes, teniendo los recursos no tienen la voluntad para fortalecer los pilares de la institucionalidad e identidad nacional. Si nos uniéramos en causas positivas, lograríamos el bien común.
Estoy orgulloso de haber acompañado a quienes participaron en ese proceso institucional y consultas públicas, y dentro o fuera del patronato del Marta reitero mi compromiso como persona con lo mejor para Panamá.
El autor es empresario y miembro de la junta directiva de La Prensa