Pasado el Mundial, nos toca centrarnos en lo importante, comenzando por aterrizar en su categoría a los futbolistas: no son héroes nacionales. Llamarlos así es reducir a mero trámite deportivo las verdaderas gestas que nos han traído hasta hoy.
Los futbolistas compiten, es su profesión, los héroes lo fueron por dignidad. Ni héroes ni villanos: futbolistas. Villanos son la mayoría de los que se sientan en la Asamblea Nacional, capitaneados por “la misma”, que con sonrisa de triunfo agradece a Dios sin temerle, delante del nuncio. Lo de “nacional” se lo pueden ahorrar y llamarla “Nuestra Asamblea”: no hay quien les meta mano: ni la Contraloría, ni Dios mismo que los conoce y sabe que son unos corruptos e hipócritas. Vestidos de blanco, son la viva imagen del “sepulcros blanqueados” del evangelio.
El tuerto, banda tricolor al pecho, arranca su discurso ante los “honorables” mentando también a Dios y al Rommel Fernández como lugar de unidad de los panameños.
Un país unido en torno a un estadio, es un país ciego, cuyo “rey” dice que ha trabajado “incansablemente”, y resume su periodo de gobierno con una palabra: paz. Cuánto cinismo. Y hasta le aplaudieron. Una canción, dice el tuerto, le trajo a la vida política, Alma misionera: ¡lo que hace una letra mal digerida! Y al final, el paroxismo: lo que la selección unió, “que no lo separe la política partidista nunca más”.
Eso sí será heroico: que los futbolistas alarguen la quimera del Mundial para que juntos, ciegos en el Rommel, no molestemos a la Asamblea, a los honorables de blanco, mientras se reparten las planillas a nuestra costa.
El autor es escritor