El Canal de Panamá no solo conecta océanos sino también la lucha histórica de un pueblo por su soberanía. Hoy, más de un siglo después de su construcción, el garrote diplomático vuelve a acechar nuestras aguas y valores. Las recientes declaraciones provenientes de Estados Unidos han despertdo fantasmas del pasado, poniendo en evidencia una vez más la tensión entre poderío y ética.
El Canal de Panamá, inaugurado como una obra monumental de la ingeniería, fue también el escenario de abusos históricos y luchas por la dignidad nacional. Panamá no puede permitir que la diplomacia del garrote, disfrazada de intereses estratégicos, vuelva a imponer su sombra sobre nuestras decisiones soberanas. La grandeza de una nación no se mide únicamente por su producto interno bruto o su capacidad militar, sino por la dignidad y su capacidad de actuar con justicia, incluso en los momentos más desafiantes.
Desde los Tratados Torrijos-Carter, hemos demostrado que, incluso siendo una nación pequeña en términos geográficos, puede levantarse como un ejemplo global de resistencia y autodeterminación. Esta lección histórica sigue vigente: nuestra soberanía no es negociable, y nuestra dignidad no tiene precio.
La llamada “diplomacia del garrote”, una estrategia que Estados Unidos utilizó ampliamente durante el siglo XX, parece resurgir en las recientes posturas hacia Panamá. Este enfoque, basado en la amenaza y la coerción, es incompatible con los principios de igualdad y respeto mutuo que deberían regir las relaciones internacionales modernas. Insinuar o imponer condiciones bajo el pretexto de intereses estratégicos no solo es moralmente cuestionable, sino también éticamente inaceptable en un mundo que clama por cooperación.
Panamá debe recordar al mundo que nuestro país no se doblegó ante el garrote en el pasado y no lo hará ahora. La política exterior debe construirse sobre el diálogo y el entendimiento, no sobre la imposición de una agenda unilateral. Como nación hemos cometido errores en el pasado, pero son nuestros errores y sólo nosotros somos responsable de ellos.
Estados Unidos, una potencia mundial que ha influido en gran parte de la geopolítica global, tiene la responsabilidad moral de actuar con justicia y respeto hacia sus socios internacionales. Volver a una política exterior basada en la imposición es un retroceso no solo para Panamá, sino para los valores que deberían guiar a las democracias del siglo XXI. La verdadera grandeza de un país se define por su habilidad de colaborar con integridad y equidad, no por su capacidad de imponer su voluntad.
Además, es importante destacar que las aspiraciones de Estados Unidos sobre el Canal no solo afectan a Panamá, sino también a la comunidad internacional que depende de este paso estratégico. El respeto a nuestra soberanía es un mensaje claro de que las relaciones internacionales deben basarse en la cooperación y no en la dominación.
En este contexto, Panamá tiene una oportunidad única para demostrar al mundo que la ética puede prevalecer sobre la presión. Nuestro país, pequeño en territorio pero grande en espíritu, tiene el deber de alzar su voz y reafirmar que el Canal es más que un paso estratégico: es un símbolo de nuestra capacidad de decidir nuestro propio destino.
Es imperativo que Panamá mantenga su posición firme y convoque a aliados internacionales que compartan los valores de justicia y respeto mutuo. Este no es solo un tema bilateral, sino un asunto de interés global que requiere la atención de organismos internacionales y la solidaridad de otros estados soberanos. El canal es un bien público internacional, que Panamá posee y administra en su beneficio y al mismo tiempo en beneficio de todos los países.
Panamá no solamente tiene derecho a defender su soberanía. Tiene una obligación con la comunidad internacional de asegurar el libre tránsito de comercio. Es una obligación comercial pero también política; y es que el canal no puede convertirse en un instrumento de coerción geopolítica de ningúna nación.
El pueblo panameño siempre ha respondido con unidad y valentía ante los desafíos. Este momento no debe ser diferente. Más allá de las diferencias políticas, económicas o sociales, debemos recordar que nuestra mayor fortaleza radica en nuestra dignidad colectiva. Proteger el Canal no es solo un deber político, es un compromiso con nuestra identidad y con las generaciones que vendrán.
El espíritu de unidad que llevó a la firma de los Tratados Torrijos-Carter y la construcción del canal ampliado, debe servir como inspiración en este momento crítico. No se trata solo de preservar una infraestructura estratégica, sino de reafirmar nuestro derecho inalienable a decidir sobre nuestro futuro.
Panamá, con su historia de resistencia y lucha, está llamado a liderar con el ejemplo. No dejemos que el garrote silencie nuestra voz. El Canal es nuestro puente al futuro, y su defensa es la defensa de nuestra dignidad y ningún garrote podrá doblegar a un pueblo que se levanta en defensa de lo que es justo.
El autor es abogado.

