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Panamá: geográficamente favorecido, pero vulnerable

El Canal de Panamá ha operado por más de 110 años sin incidentes ni actos terroristas que hayan paralizado sus actividades de servicio al mundo. Durante ese tiempo, se produjeron dos guerras mundiales, la Revolución Octubrina, una etapa dictatorial y una invasión a Panamá, pero nada interfirió con el libre tránsito.

Hoy, una sola persona desquiciada ha alterado la paz y el equilibrio económico y marítimo con medidas que trastocan el comercio mundial, además de pretender apropiarse de territorios ajenos. Lo peor es que posee el poder para hacer y deshacer a su antojo, aunque ya enfrenta oposición internacional.

En su afán de acaparar y controlar el comercio mundial, ha puesto la mira en el Canal de Panamá, el estrecho de Gibraltar y el canal de Suez. En el caso panameño, sus declaraciones han sido claras al insinuar que retomaría nuestro canal, incluso por la vía militar, bajo la falsa premisa de que la presencia china en Panamá viola el Tratado de Neutralidad y representa un peligro para la seguridad nacional de Estados Unidos. Para cumplir dicho objetivo, ha nombrado a un secretario de Estado y a un embajador en Panamá, ambos adoctrinados para ejecutar su misión de recuperar el canal y complacer a su jefe.

La transacción “privada” de venta de las acciones de Panama Ports Company (PPC), que incluye los puertos de Balboa y Cristóbal, entre BlackRock y Hutchison, estaba programada para consumarse el 2 de abril. Sin embargo, fue pospuesta debido a una investigación de reguladores antimonopolio chinos, quienes evalúan la operación bajo su legislación de competencia y protección del interés público. Esta maniobra de China se asemeja a la realizada por la Comisión Federal Marítima de Estados Unidos, que inspeccionó siete puntos de congestión para detectar posibles condiciones desfavorables en el comercio exterior. En otras palabras, China les aplicó su propia medicina y les arruinó “la gran victoria” proclamada por el desquiciado.

Ahora queda por ver cómo se desenvolverá en los próximos días la disputa entre Estados Unidos y China sobre la venta de los puertos. Es evidente que China no permitirá que le arrebaten su actual supremacía en el comercio marítimo y, seguramente, tomará represalias contra las tarifas de un millón de dólares impuestas a cada barco de manufactura china que toque un puerto estadounidense, además de otras posibles medidas de respuesta.

A nivel local, aún hay dos procesos pendientes relacionados con PPC: la auditoría de los puertos por parte de la Contraloría y el fallo de la Corte Suprema de Justicia sobre la inconstitucionalidad del contrato. Según el contralor, en “tres días” se conocerían los resultados de la auditoría, aunque aún estamos a la espera de que se hagan públicos. En cuanto a la Corte Suprema, ha guardado silencio sobre el caso.

Mientras tanto, y siguiendo con el tema marítimo, podemos remontarnos a los siglos XVI y XVII, cuando surcaban los mares aventureros, piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros. Los corsarios no eran otra cosa que piratas con una licencia oficial, la patente de corso, otorgada por un poder soberano para atacar embarcaciones enemigas y quedarse con el botín obtenido. Esta práctica se abolió en la mayoría de los países en 1856.

Pocos saben que las “cartas de marca y represalia” siguen siendo una herramienta legal autorizada en la Constitución de Estados Unidos, en su artículo I, sección 8. Un senador incluso sugirió en la red social X que podrían resurgir como una “estrategia innovadora”. Dichas licencias permitirían a civiles, contratistas privados y mercenarios llevar a cabo acciones que, de otro modo, serían ilegales. Se comenta en los pasillos del Congreso que este enfoque ofrece ventajas estratégicas, como flexibilidad operativa y reducción de costos, ya que los beneficiarios de las patentes de corso recibirían parte del botín como compensación. Aunque no se han emitido en más de un siglo, pareciera que esta opción está siendo considerada por el desquiciado, en abierta violación del derecho internacional.

¿Qué está ocurriendo en el Mar Rojo con los ataques de los rebeldes hutíes, que amenazan la navegación por el canal de Suez? ¿Estamos ante una nueva era de corsarios o piratas? ¿Quién se beneficia de estos ataques?

Si por allá llueve, por aquí no escampa. Es increíble que nuestros funcionarios no reconozcan lo crítica que es la relación con Estados Unidos y se limiten a afirmar que todo está bien, mientras siguen firmando acuerdos y convenios secretos. Panamá se encuentra atrapada entre China y Estados Unidos: una nos ofrece una mano amiga que estamos despreciando, mientras la otra nos golpea con un garrote. No es de extrañar que los chinos nos hayan calificado como un país que ha caído en un “servilismo sin agallas”.

El autor es ciudadano.


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